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carlos aganzo
Viernes, 5 de febrero 2016, 12:20
Con las últimas lluvias de enero, la Moraña se ha convertido, casi literalmente, en un mar interior. El multi-sense del vehículo empieza a hacer su efecto, y nuestro Renault Espace Initiale Paris no corta el mar, sino vuela sobre los campos de esta comarca singular de la Castilla abulense. «Deslizante». «Arrullador». Al bajar del coche, para tomar algunas fotos del cielo, los pies se hunden lentamente en el barro, como si la tierra nos quisiera tragar antes de lo que nos corresponde... «¿Qué haría nuestro San Juan, tan descalzo, por estos lodazales?» En el pórtico de Fontiveros, las últimas luces de la tarde visten de ciénaga lo que en la primavera es verde mar de espigas, y en verano una brillante selva de oro eléctrico.
«¿Qué pensaría nuestro San Juan, tan pobre entre los pobres, rodando por estos campos?» Mirar al cielo y apretar los dientes. Poco más. Nosotros no hemos merecido tanta penitencia: sobre el barro, telúrico y viscoso, nuestro vehículo navega con un rumor de voces antiguas...
El recorrido por la llanura mística de Castilla se inició por la mañana en Ávila, en el monasterio de la Encarnación. Con Gabriel Villamil, el fotógrafo de El Norte, y con Gonzalo Basail, el auriga de Renault, cerramos junto a Amancio Prada un equipo a prueba del enero castellano. Al lado de las piedras de la Encarnación, muchas de las cuales, dicen, esconden aún las inscripciones de las lápidas judías que los fundadores compraron a precio de saldo, pasa con garbo nuestro Initiale Paris, el tope de gama del Espace, con el que emprenderemos la aventura. Antes, empero, hay que entregar a la superiora de las carmelitas un ejemplar de La voz descalza, el último álbum de Amancio, compuesto al arrimo del V Centenario de Santa Teresa y en homenaje a su madre, Teresa Prada. «Aquí mismo, en el locutorio de la Santa, grabé en 1981 Vivo sin vivir en mí para la película Notes sur Thérèse, del director de cine Pierre Gauge, con motivo del IV Centenario de su nacimiento». 34 años después el locutorio, con sus rejas originales y sus sillas de platicar, se le antoja más pequeño. Seguramente Amancio Prada grabó aquella pequeña joya musical y cinematográfica en el viejo locutorio, el que se encuentra junto a este, detrás de una puerta hoy clausurada.
En el museo de la Encarnación, lleno de objetos que pertenecieron a la Santa, que pasó 30 años entre sus muros, al cantante le llaman la atención los extraordinarios instrumentos musicales de la época. Las monjas de entonces, como se ve, no solo recibían en sus celdas, sino que también celebraban. Muchas eran exquisitas damas de corte que, sencillamente, cambiaron sus habitaciones en los palacios por la cercanía de las monjas, manteniendo intactos buena parte de sus privilegios. Eso fue, en gran manera, lo que movió a Santa Teresa a emprender su reforma en busca de una vida espiritual más auténtica...
Hay muchas joyas en este museo, pero nosotros nos quedamos con dos. Una, por original: el madero que Teresa de Jesús utilizaba como almohada. Otra, por extraordinaria: el Cristo que salió de la mano de Juan de la Cruz, cuyos ojos levitaron hasta la altura del Padre para ver, desde lo alto, al Hijo crucificado; el escorzo que inspiró a Dalí para pintar su celebérrimo Cristo de San Juan de la Cruz. «Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance». Nadie ha interpretado el Cántico espiritual como Amancio Prada. «A San Juan le conocí en una buhardilla de París, y desde entonces siempre ha estado conmigo».
No por la del Carmen, por donde entró preso fray Juan antes de que se lo llevaran a Toledo, sino por la Puerta del Alcázar, donde el que espera es Adolfo Suárez, en la plaza que lleva su nombre, ingresamos intramuros e iniciamos la ascensión a la Muralla. Desde abajo, la impresión de fortaleza de la puerta, hermana de la de San Vicente, es abrumadora. Desde arriba, la sensación de poderío, de autoridad sobre la tierra de Ávila, ofrece la dimensión más noble de la ciudad.
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