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La psicóloga Montse Juanes se interesa por una mujer evacuada al Pabellón de Saldaña por los incendios.

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La psicóloga Montse Juanes se interesa por una mujer evacuada al Pabellón de Saldaña por los incendios. Manuel Brágimo

Palencia

«Salimos sin saber si volveríamos a ver nuestra casa»

Los vecinos de Mantinos, Villalba y Fresno evacuados por el incendio de Canalejas combaten con solidaridad las horas de angustia en el Polideportivo de Saldaña

Lunes, 18 de agosto 2025, 22:21

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El calor humano paliaba el otro calor, el insoportable, el que guardaban en la retina los 564 vecinos de Villalba de Guardo, Fresno del Río y Mantinos que fueron desalojados de sus casas el domingo por la tarde al ver el avance del incendio de Canalejas desde la provincia de León. El mismo fuego que obligó a confinar a todos los habitantes de Guardo y que arrasó 17 viviendas en San Pedro de Cansoles. El mismo fuego que les mantuvo alerta toda la noche y también este lunes en el Polideportivo de Saldaña, reconvertido a toda prisa en refugio improvisado.

Llegaron casi con lo puesto, la medicación y una mezcla de impotencia, incertidumbre y preocupación por no saber cuándo volverían a casa ni si al volver quedaría algo. Los más mayores fueron ubicados en las casas de vecinos o trasladados a residencias, mientras las familias jóvenes y los niños encontraban en el pabellón un espacio de alivio momentáneo: mesas, botellas de agua, juegos y mucha humanidad y solidaridad en medio del caos. «Todo fue muy rápido», explicaba Julio Rueda, que tuvo que abandonar Mantinos con su madre, su mujer y su hijo de 11 años. «Nos dijeron que saliéramos y apenas tuvimos tiempo de coger nada».

Pero en Saldaña ya estaba todo preparado para acogerles. En cuestión de horas, el polideportivo se transformó en un centro de acogida con más de cien camas, zonas diferenciadas de descanso y comedor, y un segundo pabellón, el del colegio Villa y Tierra se habilitó con otras 50 plazas. «Incluso teníamos reservada una planta en el albergue del Valle con 60 camas más, por si era necesario», explicaba el alcalde, Adolfo Palacios.

La solidaridad local fue inmediata, hubo vecinos que ofrecían habitaciones, pisos vacíos o camas libres. «Sobre todo para las personas mayores o con problemas de salud, para que estuvieran más cómodas que en el polideportivo», explicaba Palacios.

Y eso que en el polideportivo no faltaba ni la climatización, con ventiladores y aparatos de aire acondicionado o un generador eléctrico para evitar cortes de luz, ni la estación de recarga para los teléfonos móviles. «Conseguimos que una gran superficie abriera sus puertas para traernos fruta, pan de molde y todo lo necesario para hacer bocadillos», recordaba el alcalde, agradeciendo especialmente la labor de Cruz Roja.

Pero el fuego seguía fuera. Y con él, el miedo. «Venían asustados, con caras de miedo, pensando si sus casas se verían afectadas. Algunos habían oído que en San Pedro de Cansoles se habían quemado viviendas. Otros se preocupaban por el ganado. En Fresno hay una granja de conejos. Muchos se preguntaban qué pasaría con sus animales», relataba el alcalde. Mientras, en muchos pueblos vecinos los agricultores se organizaron para levantar cortafuegos con sus tractores en tierras agrícolas y cortarle el paso al fuego para que no llegara a los pueblos desalojados.

Desde Cruz Roja, Alhena Pérez, responsable del dispositivo en el Pabellón de Saldaña, detallaba cómo habían montado en pocas horas un espacio con 112 camas y una zona con mesas, sillas y juegos para niños. «La idea era que la gente pudiera estar un poco tranquila, sentirse acompañada. Algunas personas llegaron con lo puesto. Repartimos mantas, un 'kit' de higiene con toalla, cepillo de dientes, jabón... Muchos se marcharon luego a casas de familiares, pero unas 60 personas pasaron la noche aquí», relataba.

También se encargaron de atender a quienes olvidaron su medicación. «Con la ayuda del colegio de farmacéuticos y del centro de salud conseguimos todo lo necesario. Nos facilitaron hasta un tensiómetro», explicaba Alhena. Y, sobre todo, la atención emocional. «La gente viene con ansiedad, sin saber qué va a pasar. Hay mucha información en redes pero poco verificada, y eso crea más incertidumbre. Por eso tenemos psicólogos y voluntarios con formación en apoyo psicosocial. Entre las familias también se apoyan mucho entre ellos, pero estamos atentos por si alguien necesita un acompañamiento individual», añadía.

La psicóloga Montse Juanes destacaba el impacto emocional de ser desalojado de repente. «Muchos no querían irse de sus pueblos. No eran conscientes del peligro real. Cuando llegan aquí, están angustiados. Pero a medida que llegan noticias más esperanzadoras, el ambiente mejora. Se respira más tranquilidad porque parece que el incendio está algo más controlado», afirmaba.

De todo daban testimonio vecinos como Julio Rueda, que salió de Mantinos con su familia. «Llamaron a la puerta y nos dijeron que teníamos que salir. Ya nos había avisado la Guardia Civil de Palencia el día anterior de que estuviéramos preparados, pero cuando llega el momento es todo muy precipitado», contaba. «Para las personas mayores es una situación incomprensible, no entienden por qué tienen que dejar su casa ni que el fuego no se pueda apagar de inmediato», continuaba. Él intentó quitar hierro con su hijo pequeño, presentándolo como una «aventura», pero sin ocultar la impotencia de tener que marcharse. «Quise quedarme para ayudar, hacer lo que pudiera, pero nos dijeron que no, que teníamos que salir y dejarlo en manos de los expertos. Fue duro», recordaba.

«Me asusté porque pensaba que el pueblo se iba a quemar y con él todos mis recuerdos de los veranos allí», añadía su hijo Marco, de tan solo 11 años, mientras jugaba con otros niños del pueblo en el pabellón y reconocía que el miedo se había pasado y estaba más tranquilo. Su padre agradecía la organización: «Aquí nos han tratado de manera espectacular. Lo hemos tenido todo, acompañamiento, comida, apoyo. Dentro de la dureza, no ha faltado nada».

Aun así, la incertidumbre no desaparece. «Nunca estás preparado del todo. Y cuando piensas en quienes ya han perdido sus casas en San Pedro de Cansoles, entiendes que esto es un drama», continuaba este vecino de Mantinos, agradeciendo el trabajo de los dispositivos de extinción. «He visto a la gente dejándose la piel, agotados, jugándose la vida para proteger las casas. Y frente a un fuego que avanza de copa en copa en los pinares, eso tiene un valor enorme», incidía. Él mismo describía el avance del fuego por Riocamba, apenas a una decena de kilómetros. «Son pinares adultos cargados de resina, las piñas saltan encendidas generando nuevos focos. Es muy difícil de controlar», comentaba. Aun así, confiaba en que el canal y el río Carrión actuasen de cortafuegos para poder volver a casa cuanto antes.

Mientras tanto, en otra esquina del pabellón, Manuel y José María, vecinos de Villalba y Mantinos, relataban la misma sensación de caos y de impotencia. «Nos avisaron la Guardia Civil y el alcalde. Estábamos algo preparados, porque ya se veía venir, pero cuando llega el momento de salir no sabes ni qué coger», decía Manuel mientras José María asentía: «Teníamos una mochilita con la medicación y algo de ropa, poco más. No sabes si volverás mañana o dentro de una semana. Y te da rabia no poder quedarte a ayudar, pero no te dejan». Pilar, su mujer, reforzaba el mensaje y reconocía que apenas tuvieron tiempo para pensar en qué llevarse. Ellos viven todo el año en Villalba, y la sensación de pérdida pesa más. «Dejas tu casa, tus cosas, tu vida. Y si se quema hay gente que pierde también su fuente de ingresos, porque allí hay agricultores y ganaderos. Eso es todavía peor», aseguraban.

A sus más de 90 años, Judith Álvarez y Lidia Lobato, reconocían que nunca habían visto nada parecido en Fresno del Río. «En los pueblos siempre se ha quemado una casa o un pajar por un accidente, pero nunca algo así. Nunca habíamos pasado tanto miedo por el fuego que es muy traicionero«, decían.

Entre todos ellos, los voluntarios locales aportaban la otra cara de la historia: la de la solidaridad. Leire, de Barrios de la Vega, y Jorge, de San Martín del Obispo, se presentaron en al pabellón en cuanto supieron que llegaban evacuados. «Había que arrimar el hombro. Lo más impresionante fue ver a la gente llorando por el miedo a perderlo todo», explicaba Leire. Ellos y otros muchos voluntarios organizaron las camas, prepararon cenas, hicieron listas de niños, de alergias y de intolerancias. «Hoy se nota otro humor. Ayer era todo tristeza y angustia», contaba Jorge. Para el almuerzo ya tenían preparado un menú con macarrones y segundo plato con la ayuda de la cooperativa Lovepamur. «Ojalá esta tarde nos quedemos sin trabajo», decían con una sonrisa, conscientes de que eso significaría que la gente podría volver a sus casas. Porque dentro del refugio de emergencia en el que se convirtió el polideportivo de Saldaña, los vecinos desalojados esperan una sola noticia, la de poder volver cuanto antes a sus hogares. Ese deseo se ha hecho realidad en la noche de este lunes, cuando el Cecopi ha valorado la situación y les ha permitido volver a sus casas.

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