Con el hacho a 480 metros de profundidad

«Las minas de Barruelo eran las más peligrosas de España, principalmente por la cantidad de grisú que esconden entre sus rocas». Por esto motivo, y no otro, en esta zona únicamente se han podido recrear estas instalaciones para su explotación turística y no utilizar las reales. El historiador y guía del Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán, Fernando Cuevas, sabe de lo que habla, pues su experiencia le ha llevado a trasladar al visitante que esta es la única forma de conocer el interior de una mina de carbón de hulla.

Casi 17 años han pasado desde la apertura al público de los pasillos visitables que reflejan con fidelidad la explotación hullera típica de la comarca, con su peculiar entibación y numerosos utensilios utilizados. Pero especial pedestal hay para el hacho minero, típico del norte palentino para las labores de entibado, del que sólo quedan recuerdos en esta gruta de Barruelo, después de que cerraran todas las minas entre 1969 y 1972 y cuyo intento de reinició en 1980 no fructificó. Ahora, donde antes había minería, hay turismo, con la creación del Centro de Interpretación de la Minería -del que forman parte el Museo, enclavado en el centro de la localidad, y la mina, a las afueras-. «Se ha intentado reflejar lo que era esta actividad para que los visitantes lo conozcan casi de primera mano con esta recreación», asiente Cuevas.

Las dificultades de estas instalaciones, a diferencia del resto, radicaban en la inclinación de las minas. «Las verdaderas estaban a 70 grados, con lo que hay que imaginarse en qué condiciones trabajan los mineros, con una pierna utilizada siempre para sujetarse», desliza Cuevas, quien, bajo una mina entibada en madera y hierro, como refleja la historia, aclara que en la recreación sólo hay 20 grados de inclinación pensando en el visitante.

La mina visitable toma plena conciencia de lo que supone el trabajo del minero, más cuando dispone de ambientación sonora que acompaña. «Se aprecia perfectamente como los barrenistas explosionaban la roca y fortificaban las galerías mediante el entibado con cuadros de madera o metálico», explica el guía. También se puede interpretar, aunque es más complicado imaginarse esa idea, cuando los camineros «colocaban las vías para que los caballistas circulasen con los trenes llenos de material», arrastrados al principio por mulas y más tarde por moderna maquinaria.

Hoy en día se han perdido numerosos términos que sólo conocían a la perfección los buenos picadores y entibadores. Por ello, Cuevas se congratula de que los visitantes a Barruelo puedan disfrutar y sujetar algunas de las herramientas y conocer de primera mano de parte del guía. Así, en la mina se baja por una rampa o explotación, donde los picadores, secundados por sus ayudantes o guajes, extraían el mineral y luego posteaban colocando las tijeras o palos en forma de este utensilio, así como tablos de madera encargados de sustentar el hueco creado al picar el carbón y que más tarde se rellenaba con escombro.

El museo muestra lo que significó en Barruelo de Santullán el Pozo Calero, con 480 metros de profundidad, que fue el más importante de todos los que ha tenido Barruelo en su historia y que en cincuenta años se cobró más de ochenta fallecidos.

El Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo de Santullán también permite contemplar una maqueta, por las dificultades de acceso a la infraestructura real, del canal subterráneo de Orbó, una de las obras de ingeniería industrial más innovadora de Europa en el siglo XIX y que contaba con dos kilómetros de longitud. Fue diseñado por el ingeniero guipuzcoano Mariano Zuaznavar para transportar el carbón por un curso de agua desde el interior del yacimiento minero hasta el exterior.