Visita a Jorge Guillén, 1982
«Yo le pregunté si seguía escribiendo. Me miró y levantó las manos en sentido de exclamación: '¡Claro, sigo respirando!', respondió. Luego, él comentaría esa anécdota en una entrevista de la revista 'Poesía'»
Fue una determinación. Había viajado a Málaga de vacaciones, era agosto de 1982, y sabía que Jorge Guillén, Don Jorge, residía allí desde su vuelta ... a España. En Valladolid, su ciudad natal, se le habían hecho homenajes y celebraciones, se había puesto su nombre al Instituto de Enseñanza Secundaria de Villalón de Campos y su poesía y su vida, con el exilio republicano, traían ecos de libertad.
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De modo que, a mis dieciocho años, hacia el final de mis vacaciones en Málaga, después de hablar con una amiga y un amigo de Valladolid que pasaban el verano con su familia malagueña, acordamos quedar para hacer una visita al poeta Jorge Guillén. Recuerdo que busqué en la guía telefónica su dirección del Paseo Marítimo y allí nos acercamos llamando al portero automático del portal. Di una breve explicación a la señora que respondió al telefonillo, que resultó ser su esposa Irene, diciendo que éramos unos jóvenes vallisoletanos que estábamos de vacaciones allí y que, si no era una gran molestia, queríamos hacerle una pequeña visita. Tras un breve instante de sorpresa y vacilación, nos invitó a subir, abriéndonos la puerta con el portero automático.
Cuando subimos, nos recibió la esposa, nos condujo al salón de la casa y resultó que Guillén tenía otra visita vallisoletana, pues se encontraba con él Don Santiago de los Mozos, que era catedrático de literatura de la Universidad de Valladolid desde su vuelta del periodo venezolano. Juntos, dos miembros vallisoletanos de la 'España peregrina'. El ilustre invitado entendió que debía dejarnos sitio y con su exquisita amabilidad se despidió, después de que le aguásemos la visita que hacía al poeta. Este, próximo a sus noventa años, se sentaba en un sillón y nosotros nos colocamos alrededor, en un sofá y unas sillas, mientras su esposa, después de despedir al visitante, se sentaba a su lado.
Han pasado cuarenta años y algunos detalles de aquella conversación se difuminan, pero otros se mantienen con toda nitidez y tienen hoy una luz singular. Explicamos de nuevo que éramos de Valladolid y que no queríamos dejar pasar la posibilidad de conocerle al encontrarnos en Málaga de vacaciones. Yo le pregunté si seguía escribiendo. Me miró y levantó las manos en sentido de exclamación: «¡Claro, sigo respirando!», respondió. Luego, él comentaría esa anécdota en una entrevista de la revista 'Poesía'. Mi amiga, que era una muchacha atractiva, de alrededor de 19 años, le llamó la atención y él dijo un sutil y amable comentario sobre el eterno femenino, que a ella le hizo reír y también a todos los demás.
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Pero en un momento se hizo el silencio y fue el propio Guillén quien preguntó: ¿Cómo era posible que en una joven democracia se siguiera celebrando en el Teatro Calderón de Valladolid, con ostentaciones paramilitares, la efeméride del 4 de marzo? Había visto en la televisión, cómo, con motivo del aniversario de la fusión entre Falange y las JONS de 1934, se llevaban a cabo ostentaciones paramilitares por el centro de la ciudad, y le parecían fuera de lugar en una democracia. Él, que se había salvado del fusilamiento, precisamente por el asesinato de Federico García Lorca, pues los jerarcas del bando rebelde militar no querían otro poeta mártir que les diera mala prensa internacional, tuvo que impartir en la Universidad de Sevilla, de la que era catedrático, el discurso del 12 de octubre de 1936, bajo la atenta mirada de las autoridades militares golpistas y los jefes de la Falange.
Como su discurso literario y académico no usaba la prosa rimbombante y artificial de los alzados en armas, no pasó la prueba, aunque haber dado ese discurso le permitió salvar la vida y mantenerse un poco tiempo más en la cátedra. Hasta que, en 1938, se exiliaba a Estados Unidos, después de haberle suspendido el sueldo por dos años las autoridades rebeldes en 1937 y haberlo inhabilitado para cualquier cargo académico. El hecho de haber dado aquel discurso no se lo perdonaría nunca, a mi modo de ver injustamente, Juan Ramón Jiménez. Debo confesar que no entendí bien entonces el contexto de sus palabras, pero tiempo después me resultaron elocuentes.
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Nosotros habíamos comprado unas antologías de su poesía para pedirle que nos las firmara. En la dedicatoria que me regaló dice «Para Javier Vicente, vallisoletano joven, al que por esto envidio. Muy cordialmente, Jorge Guillén, Málaga, 14 de agosto de 1982». Nos despedimos felices con aquel autógrafo entre las manos. Guardo como uno de los más preciosos tesoros de mi biblioteca aquella antología de Alianza con portada en oro. 'La poesía civil de Jorge Guillén', plena de sentido vital, cántico, clamor y homenaje a la libertad, sigue palpitando en ella.
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