Personas caminando por la calle Santiago. Iván tomé
Inconsciencias

No me da la vida

Corremos tanto porque parar da miedo, porque si paras, piensas

Viernes, 14 de noviembre 2025, 07:12

Ay, Paco, estamos todos agotados. Pero agotados con orgullo, ¿eh? El cansancio cotiza al alza: es la credencial de la gente importante, la que siempre ... tiene algo que hacer. Y si alguien te asegura que ha dormido ocho horas, desconfías: o está en paro o miente.

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Vivimos como si compitiéramos por ganar el campeonato del estrés. «No he parado en todo el día» suena casi a medalla. Antes se presumía de siestas; ahora, de reuniones. Lo que da prestigio es ir corriendo a todas partes con el café en una mano y la culpa en la otra. Y mientras haces la cena, escuchas un pódcast sobre gestión del tiempo, la lavadora pita, el grupo del cole arde... Confundimos hacer cosas con vivir. Lo decimos todo el rato: «No me da la vida». Y lo expresamos casi con satisfacción, porque si tienes una tarde libre, te sientes culpable.

Corremos tanto porque parar da miedo, porque si paras, piensas. Fíjate que hasta el coche se ha convertido en un lugar de sosiego. Sentada al volante no contestas mensajes, ni ves redes, ni te metes en 'el Shein'. Y entonces se produce algo inesperado: pensamos.

Hemos llegado a tal punto de autosuficiencia absurda que ni socializamos. En la puerta del cole, todos con el móvil en la mano, como adolescentes sin cita. En la sala de espera del médico ya nadie comenta las dolencias ni critica al especialista; ahora se baja la cabeza y se desliza el dedo. ¡Es el FOMO, Paco! No vaya a ser que mientras esperas al traumatólogo arda otro grupo de WhatsApp o alguien suba un story que cambie el rumbo de la humanidad.

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Hay tantos frentes abiertos que los tiempos muertos ya no existen: se han convertido en 'multitasking'. Paseas al perro mientras respondes audios, atiendes una reunión con la cámara apagada para poder tender la colada o contestas un correo apoyada en el carro del súper. Paco, somos un cuadro.

Estoy pensando que igual no necesitamos más horas. Solo recuperar el placer de decir «no estoy haciendo nada», sin que suene a derrota.

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