No cambiar a los humanos los objetos de su estima, como dice Rousseau, mejor ayudarles a clarificar las opciones y quitarles el miedo a vivir, ... el miedo respecto a las opciones que aún no han probado y ante las que tiemblan por el desconocimiento de su eficacia. Resulta insufrible comprobar que en el tiempo del miedo el único compañero válido habita en uno mismo, y también uno mismo es el compañero más traidor. Somos valientes que no asumen los hechos que recomiendan nuestra intervención.
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El sobresalto por una amenaza acorta la vida del temeroso, pero más que el susto en sí, la reduce el propio miedo del cobarde, pues la cobardía mata la vida al descreer en ella. Una vida vivida en calma es aconsejable pero no es propia de nuestro tiempo, es un anacronismo, pues el mundo se divide en quienes se dejan atemorizar y los que imponen la ley del más fuerte, que sólo excepcionalmente es la del más inteligente.
La angustia de sentir miedo, de intuir que pronto se pasará miedo, este es un temor ampliado, pues al miedo acostumbrado viene a sumarse el pavor a lo desconocido. El misterio siempre emociona, pero duele.
Con el exceso de la información no contrastada, la irracionalidad del arrojo o del miedo se convierte en una ciencia del caos social, cuando no directamente del enfrentamiento cívico. El tiempo feliz volverá seguro, hemos de acostumbrarnos a vivir en la madriguera del pavor que nos han preparado los centuriones de la andrógina seguridad urbana.
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