A pesar de las homilías de Pedro Sánchez; de la ingente labor con las residencias de su responsabilidad de Pablo Iglesias; de las explicaciones ciertas ... y cristalinas de Illa y de sus allegados del Consejo de Ministros parece que no terminamos de comprender esto del virus. Que algunos lo consideran una tempestad en un vaso de agua, que no es para tanto y ya se romperá, igual que todo lo que viene de China.
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Pero llegan las Navidades y no se ha ido; es más, persiste, para intentar dejarnos sin el topicazo de calificarlas como fechas tan entrañables, en las que nos convertimos en hippies que desean paz y amor con los dedos índice y corazón bien visibles. Sigue aquí y no queremos entender el escenario, como si fuera a dar una tregua e intercambiar tabaco con nosotros en la trinchera de la batalla de Verdún mientras suena 'Noche de paz'.
Me temo que no se obrará el milagro y habrá que esperar a la vacuna, obviedad que resulta inaudito explicar. Sí, aguarden a la vacuna, la que sea, la popular americana, la elegante de Oxford o la abstemia rusa, que requiere no beber alcohol dos meses antes, una vacuna 0,0.
Lo que hemos de abstenernos es de celebraciones ahora para disfrutar las Navidades siguientes, aseguran Sánchez y sus ministros allegados que, por afinidad histórica, deberían ponerse la rusa, aunque no les sepa a nada, que la 0,0 es así de sosa. Y creo que no duele.
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