Al caer la tarde el esqueleto de la estación de autobuses permanece en pie tras las oleadas de viajeros. Los baños portátiles ocupan la parte ... central de la dársena y, con la marquesina destripada, el sol cae implacable sobre los pasajeros. Lo que era la sala de espera, que siempre conocí vieja, está ahora partida por la mitad, cortada por unas vallas de obra poco amistosas. El milagro es que los autobuses siguen saliendo a su hora. El milagro es que la gente espera, como si no pasara nada, como si estuviera en la zona vip climatizada del AVE. A un lado una mujer rellena una revista de pasatiempos. Justo detrás está el antiguo kiosco de prensa. En el mostrador en el que tantas veces agarré una revista para pasar el rato en el autobús a Segovia hoy se apilan bolsas de patatas fritas y de gominolas. En ese mes de agosto de hace treinta años en el que empecé a vivir aquí había varios kioscos en el recorrido hasta casa. Uno en un local de la calle Gabilondo, otro contiguo a mi manzana, uno más pegado a la esquina del trabajo. Conocía el nombre de las personas que los llevaban, compartíamos el saludo cotidiano. En fin, me agarro a los que quedan. Es una costumbre que me gustaría conservar, y no parece fácil. En barrios enteros y en la mayoría de los pueblos ya no hay punto de venta.
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Algunos resisten con cuatro publicaciones, para las que reservan una esquinita al lado del pan del día, de las chucherías, de las recargas de móviles, de la recogida de paquetes. La prensa local, diarios de deportes, el Pronto y el 'Diezmi'. Y por supuesto las revistas de crucigramas, que son casi un artículo de primera necesidad. Hay publicaciones de marca blanca, que venden a tropel en los todo a un euro, aunque los buenos aficionados valoran las actualizadas. Además, el crucigrama está en todos los periódicos, siempre un poco escondido. Dicen que es bueno para disciplinar la neurona, pero no se trata solo de eso. Cuando la gente está harta de noticias sigue haciendo el crucigrama. Hay bruma, y el crucigrama ofrece lo contrario: precisión.
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En la cuadrícula no hay opiniones: para cada definición solo hay una respuesta correcta. País sudamericano, seis letras; carece de bondad, cuatro letras. Pese a que hay varias palabras posibles, solo vale una, y si te equivocas es imposible completarlo. Cada palabra debe respetar el espacio del resto. Difícil, pero posible. Lo contrario de la ilógica diaria. Por ejemplo, vender que crece la población en Castilla y León, y dejar en segundo plano que solo es posible por la inmigración. O que hay récord de contratos, casi siempre en empleos de sueldos pequeños con baja cotización, y a la vez querer mantener pensiones altas. Anunciar bajadas de impuestos, y al mismo tiempo prometer que se mantendrán los servicios. O conjugar el respeto a culturas, tradiciones y creencias, sin que haya personas, y en especial mujeres, que queden excluidas de la protección de los derechos humanos. Zonas de sombra que el crucigrama, que es transparente, no permitiría nunca pasar por alto.
Hay otra peculiaridad que aportan las palabras cruzadas: para resolverlas tenemos que poner de nuestra parte. El crucigrama tiene algo de entrenamiento vital. Pesa el instinto, la práctica, el conocimiento, y también la confianza en que, si le dedicas el tiempo necesario, podrás resolverlo.
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Dicen que el inventor del crucigrama fue un emigrante inglés que llegó a Estados Unidos. Durante algún tiempo trabajó como granjero plantando cebollas en Texas, y luego se pasó al periodismo, que también tiene muchas capas. Un día, para rellenar un espacio tonto puso un juego de palabras cruzadas con forma de diamante. El oficio de Arthur Wynne lo perfeccionó Margaret Petherbridge, que fue la que introdujo el cuadradito en el New York Times. Margarita se hacía asesorar para sus creaciones de gente tan diferente como un violinista, un capitán de barco o reclusos. Extrañamente, todo aquello cuadraba a la perfección en ese microcosmos que es el crucigrama. Como cuando amanece en este mundo loco, y dices, vaya, durante cinco segundos todo encaja.
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