Jugadores del Real Valladolid celebran un gol el pasado fin de semana en Zorrilla. ALBERTO MINGUEZA
La carta del director

Tardes de fútbol en Zorrilla

«El fútbol es mucho más que un deporte. Y un club es más que una empresa o un negocio que se compra y vende. O del que obtener un dividendo o plusvalías»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 12 de marzo 2023, 00:09

Defiendo que el fútbol es mucho más que un deporte. Y que un club es más que una empresa o un negocio que se compra ... y vende. O del que obtener un dividendo o plusvalías. Me fastidia cuando suceden cosas como las del escándalo del árbitro Enríquez Negreira. O que para Ronaldo no sea prioritario entablar mayor relación con los vallisoletanos, a través de entrevistas en los medios de comunicación, por ejemplo, o con más presencia social. Rueda de prensa una vez al año y listo. Él sabrá. No sé si son conscientes de la sensible materia que manejan. Supongo que sí, pero por si no lo son y sirve de algo la opinión de un aficionado más, diré que en mi caso apenas deseo que nadie acabe de destruir lo que aún nos queda de bueno en el fútbol. Para que, por ejemplo, en unos años, mi hijo recuerde estos días más o menos así:

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«A mi padre le ponía de los nervios tener que esperarme. Creo que también por eso le gustaba ir al fútbol conmigo. Porque para ver al Pucela nunca nadie me tuvo que esperar. Daba igual el día, la hora o el tiempo que hiciera. Listo con mi bufanda y mi camiseta. O con una sudadera oficial del equipo. Como un clavo. Ni un despiste. Mi preferida era una chaqueta morada con el nuevo escudo, dorado y reluciente. La de aquella temporada del 2022. Detrás ponía 'Pucela' con letras mayúsculas. El equipo la usaba para saltar al césped mientras sonaba el himno por los altavoces, cuando más de veinte mil gargantas lo entonábamos al unísono. ¡Voces que cantan goles y gestas! Yo tenía 10 años.

Y mira que en el Zorrilla se pasaba frío. Incluso en la tribuna donde teníamos el abono, puerta 1. Con esas estufas que encendían en el techo si arreciaba. Solo te calentaban la frente. Como si no tuviéramos ya suficiente con los calores y los nervios que habitualmente nos causaban aquellos partidos al borde del desastre en cada córner o falta peligrosa de los visitantes. Recuerdo una vez que ganamos al Almería en el minuto 93 con gol de Weissman. A mí me estallaba la cabeza de la euforia. Grité ese tanto como un energúmeno. Mi padre se asustó porque empezó a dolerme la cabeza, comencé a sentirme mal, me dio agua, que me relajara… Y volvimos en el coche temiendo la bronca que nos caería en casa si yo aparecía así, medio mareado y con la cabeza ardiendo por tanta tensión acumulada y desahogada en un segundo. Nadie se preocupa por un niño, nadie lo quiere como su madre. Así que nos libramos.

A mí me entusiasmaba lo de cantar los goles. Y también recrearlos. Salíamos hacia el campo en el coche, poníamos la sintonía de los que marcábamos en casa y yo imitaba el ritual y la rutina del animador en el estadio. ¡Gooooooool del Reaaaal Valladoliiid! Goool de Sergiooo… Y mi padre decía tras mi tono sostenido: ¡León! ¿Seeergioo?, respondía yo. ¡Leooón!, replicaba. Y la última: ¿Sergioooooo? ¡Leooooónnnn!, alargaba entonces el apellido del delantero, rugiendo como si fuese un locutor de radio en medio de un brote de locura. Yo me tapaba los oídos y sonreía al ver cómo se desgañitaba.

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