JOSÉ IBARROLA

El silencio

CRÓNICA DEL MANICOMIO ·

«La diferencia entre amor y amistad, caso de que hubiera realmente alguna, viene dada porque el amor descubre el camino del secreto y aspira a llegar hasta su centro»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 11 de noviembre 2022, 00:05

Hay dos silencios distintos, el que oímos y el que difundimos. El primero nos atrae en la misma proporción con que nos molesta el estruendo, ... los chillidos o las estridencias importunas. Aunque, a veces, puesto de fondo y enflaquecido en rumor, el ruido nos serena y nos proporciona bienestar. Hay quien se concentra mejor con algo de bullicio, incluso lo prefiere por encima de un ambiente sordo y sigiloso. Algunos escritores escriben mejor en un bar que en su propio estudio. O al menos lo eligen a la hora de corregir o rematar un escrito. Hay detalles que no ven en casa pero que afloran con el murmullo del público.

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El silencio que irradiamos es distinto. No es simplemente el que se instala alrededor de una boca cerrada o un cuerpo inmóvil, que es un silencio inactivo, sino el que emana del secreto. El que se esparce solícito y sin necesidad de decir nada, pero que, curiosamente, nos autentifica y proporciona identidad. Somos nuestros silencios y por ellos somos reconocidos. Nos damos a conocer por lo que decimos, pero solo nos 'reconoce' quien acierta a escuchar y entender los sigilos.

La diferencia entre un amigo y un simple conocido viene marcada por esta precisión. El conocido recibe nuestro discurso y en el mejor de los casos lo entiende. Decimos de él, entonces, que se limita a conocernos. Mientras que el amigo va más lejos y nos 'reconoce'. Es decir, entiende nuestros silencios y acepta nuestros secretos. Sabe sobre lo que no decimos y desiste generosamente de conocerlo.

La diferencia entre amor y amistad, caso de que hubiera realmente alguna, viene dada porque el amor descubre el camino del secreto y aspira a llegar hasta su centro. Ese interés por alcanzar lo más críptico e íntimo de cada uno, sostiene y distingue a Eros. Pero en ese mismo terreno también se da cita el desamor. El fracaso sucede cuando la curiosidad se transforma en necesidad de saber, de controlar el pensamiento del amado y de apoderarse de él. Los amores se rompen por querer saber demasiado y pretender desvelar los secretos a destiempo y sin suficiente autoridad.

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A los locos los entendemos mejor cuando pensamos en la locura como una pérdida del secreto. Echando mano de diagnósticos y enfermedades no comprendemos a nadie. El loco es un náufrago del otro, hambriento de amigo y de amor, que aspira a mantener el secreto como sea y pese a todo. Sabe el dolor que le causa la transparencia cuando se impone y triunfa la locura. Por su causa se siente siempre expuesto a la luz y a la mirada del resto, por lo que intenta defenderse volviéndose opaco, autista, hermético. El loco es un torturado por la mirada y la curiosidad de los demás. Es alguien que ha perdido el secreto y el amparo de la oscuridad.

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