Baptista

Repaso de año aciago

«El 2020 ha relativizado nuestra escala de valores y prioridades»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 30 de diciembre 2020, 07:53

Vendo propósitos de año nuevo a estrenar. O los regalo. Da lo mismo. Ya no los quiero. Sé que debiera optar por la reutilización, tal ... y como habría de dictar mi conciencia si no anduviera tan errática últimamente. Hace tiempo que apenas me la tomo en serio; ni a ella, ni a tanto experto hundido en la contradicción que le ha lavado el cerebro a la pobre durante todos estos meses con sus mensajes cruzados y sus arengas oportunistas.

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A mi conciencia le ocurre de últimas como a los gobernantes: implora prudencia o anima a la rebelión, según sople el viento, con tal de pillarlo de frente. Es incomprensible, lo sé. Yo le recuerdo que el viento debiera empujarnos eficazmente desde la popa, si acaso de costado, pero ella está desconocida, arrebolada, polarizada, beligerante, ramplona, cutre, desfasada, militante…, como si se wasapeara a escondidas con jefes de gabinete. Necesita unas vacaciones, o una terapia. Lo que salga más económico. Acaso me decante por las vacaciones, no porque las suponga más baratas, sino porque no me veo capaz de afrontar un tratamiento empeñado en recordar con pelos y señales el sendero de desgracias y disparates que nos ha conducido hasta aquí.

Recuerdo vagamente el inicio de todo ello, cuando alucinábamos con la proverbial eficacia china —puesta a prueba con aquella desgracia brotada en Wuhan, aún exótica ante nuestro candor—, capaz de levantar un hospital en diez días mientras nosotros, ajenos a nuestro porvenir, aplaudíamos la plusmarca de usuarios de autobús o, como mucho, discutíamos sobre la impertinencia de pintar sobre fachadas inmaculadas de arquitecto, es decir, pintar obras de arte de Cuco Cola sobre obras de arte de Javier Blanco. Cosas así, sofisticadas y primermundistas, que bien pudieran aparecer en una de esas secuencias deliciosas de comedia condescendiente rodada al abrigo de la ambiciosa capitalidad creativa en categoría de cine que nos barruntamos. Todo se andará cuando esto acabe.

La ciudad estrenaba año dispuesta a conquistar en progresión pacífica y constante su esbozo de retos más complacientes: regeneración urbana, calidad del aire, recuperación del centro comercial, peatonalización, participación, culto al pincho y a la tapa, etcétera. Pero hemos terminado rehabilitando plantas del antiguo hospital en el barrio de la Rondilla, quizás para enseñar una valiosa lección a los bizarros gestores chinos de Wuhan: no es necesario construir un hospital en semana y media si ya cuentas con uno abandonado. Toma proverbio.

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Podemos consolarnos, claro, y asumir que para año malo ya estuvo aquel de 1936, que empezó con riada y acabó como el Rosario de la Aurora; o aquel año terrible de la peste en 1832; o el del incendio inolvidable de 1561, que a la postre nos ha dibujado un hermoso centro de ciudad. Será por años malos en esta confluencia de valles en artesa llenos de lágrimas. Sin embargo, acaso debiéramos aprovechar este de marras, al que quedan literalmente dos telediarios, no solo para salir todos juntos —que no— o mejores —que tampoco—, sino para tomar conciencia de ciertos pliegues que la desgracia ha dejado al descubierto, como que la ciudad vive al día, sin reservas ni redes, ni tejido productivo; que la especulación no es económicamente sostenible y que, si bien hemos de congratularnos por los 173 pueblos libres de coronavirus, acaso deban la hazaña a la despoblación endémica y lamentable que todo lo domina. Pero como para tomar conciencia estoy yo, que tengo la mía en barbecho. Espero que se recupere. De lo contrario, no solo venderé mis propósitos a estrenar para el año próximo. También conciencia soleada, con posibilidades de reforma y buenas vistas.

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