Ibarrola

Reivindicación de la decadencia

«Occidente se sostiene –literalmente– sobre las ruinas de griegos y romanos, pero también –en un sentido figurado– no cesamos de revisitar el legado helénico de pensamiento, arte y ciencia; de revitalizar el mundo gracias a él»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 21 de mayo 2022, 00:09

De la decadencia de Europa y, por extensión, de Occidente se ha hablado desde hace mucho tiempo. De la obra de Spengler –con igual título– ... a los comentarios de muchos analistas de la crisis económica del 2008, se viene repitiendo esa pesimista convicción que ha acabado por convertirse en fatal profecía: nuestras sociedades occidentales estarían cada vez más cerca de su fin. Y es verdad que, en estos últimos quince años, las sucesivas catástrofes de variado tipo parecen haberse cebado en los países europeos: la debacle ya mencionada de 2008, que empezó en los EE UU, pero fue aquí donde tuvo sus peores repercusiones financieras; la descoordinada y lenta manera de enfrentarse a la reciente pandemia; o, ahora, la guerra contra Rusia que amenaza con extenderse a otras naciones de nuestro entorno. Todos estos desastres en cadena pusieron al descubierto los problemas internos de la Unión Europea, así como su dificultad endémica para afrontar eficazmente las crisis contemporáneas.

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El evidente signo de tan galopante decadencia sería, para algunos, ese sorprendente auge –y, en no pocas ocasiones, superfreaky contenido– del concurso de Eurovisión. Éste ha pasado por etapas muy distintas: desde aquellas veladas televisivas, que seguíamos absortos de niños –como única forma de sentirnos próximos a Europa–, al montón de años en que el certamen degeneró en horterada aburrida y residual. Un evento que, con el tiempo, fue provocando más cansancio que interés; y que, en países como España, casi mayoritariamente, se dejó de seguir. El llamado 'chanelazo', sin embargo, ha mostrado cómo dicho concurso vuelve a atraer y hasta qué punto la gente se identifica con sus representantes –especialmente si quedan en buenas posiciones–. Para otros, el triunfo de Chanel, las canciones de marras y Eurovisión en su conjunto constituyen el colmo de los colmos de la tan cacareada decadencia occidental.

Cuando lo preocupante, en términos de identidad, no habría de ser que el personal disfrute sintiéndose de acá o de allá –y todos europeos–, sino que la sola manifestación exitosa de pertenencia identitaria con que cuenta la UE se reduzca –precisamente– a esto. Identidad y decadencia, palabras que, en relación con lo que ocurre actualmente en Europa, se utilizan a diario. Putin apela a ellas con frecuencia, para –como hicieron tantos antes que él– reivindicar territorios en razón de una lengua o cultura propias; y tildar –lo que tampoco es nada nuevo– de decadentes y degenerados a los enemigos.

Si recurrimos a la acepción del vocablo 'decadencia' que más podría convenir al caso que tratamos, veremos que tal palabra suele identificarse con un «período histórico en el que un movimiento artístico o cultural, un estado o una sociedad, van perdiendo la intensidad, fuerza o valores que los constituían y se debilitan hasta desintegrarse». De lo que se deduce que la decadencia, para producirse, tiene que venir tras una situación de plenitud o esplendor; que, como la misma etimología de la palabra indica, para «caer de» un estadio anterior se precisa haber alcanzado la cúspide en una determinada actividad del desarrollo humano. Hay que caer o –simplemente– provenir de algo, de alguna fase y parte. La Historia se encuentra, además, jalonada de ejemplos de civilizaciones e imperios que se hallaron en decadencia durante siglos y siglos; floreciendo, rebrotando y reimplantándose –no pocas veces– en el trance de su decaer o desaparición.

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Ya que hablamos de Europa: ¿Cayó Grecia? ¿Cayó Roma? ¿Cayeron los imperios español o británico? ¿Cayó Francia? En cierto modo, sí. Aunque debe decirse que, mientras decaían en lo político o lo militar, estaban generando memorables frutos culturales; que todavía vivimos y nos alimentamos de sus logros y aportaciones; que Occidente se sostiene –literalmente– sobre las ruinas de griegos y romanos, pero también –en un sentido figurado– no cesamos de revisitar el legado helénico de pensamiento, arte y ciencia; de revitalizar el mundo gracias a él (y eso que los griegos ya eran vistos como decadentes en la época de los romanos). Pues Grecia y Roma continúan siendo nuestra inspiración.

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