Entre el recuerdo y la desmemoria: desencuentros en la construcción europea
«La guerra estaba terminando y, sin embargo, e innecesariamente según los autores que se han ocupado del caso, este último lugar se convirtió en la representación más aproximada del infierno que ha existido jamás sobre la tierra»
No solo en España la llamada «memoria histórica» –y ahora democrática– continúa siendo objeto de polémica. Recientemente, se ha abierto paso en Alemania un enconado ... debate –tanto entre los partidos como entre la ciudadanía en general– acerca de la pertinencia o no de mantener en sus ciudades vestigios de la ocupación soviética. En especial, si ello implica la exaltación de un predominio bélico. Tal es el caso de la discusión desencadenada, a raíz de la solicitud hecha por una diputada berlinesa del partido democristiano, acerca de retirar los tanques y cañones que flanquean un monumento ubicado en el hermoso parque de Tiergarten. Petición que ha sido –hasta el momento– desoída por el gobierno alemán.
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Pues cualquiera que haya visitado Berlín se habrá visto –quizá– sorprendido por esa estatua dedicada al «soldado ruso», no muy lejos de la Puerta de Brandemburgo y el Reichstag. No se trata del único homenaje de este género, ya que hay varios en la ciudad, pero dicho monumento exhibe –además– la maquinaria militar mencionada. Y, por ello, no es raro ver que algunos turistas (sean prorusos o no) se suben a él para posar, entre divertidos y desafiantes, junto a los tanques en cuestión. Una inscripción en cirílico y otras lenguas invoca «la gloria eterna para los héroes que lucharon contra los invasores fascistas alemanes por la libertad e independencia de la Unión Soviética».
Caminando por la ciudad germana, y encontrándose uno con sorpresas de esa clase, no resulta extraño sentir sobre nosotros algo así como el peso excesivo del pasado, la resaca de las oleadas de tanta historia, la sombra de las ruinas gloriosas, la huella de los ejércitos que pasaron por allí con su acompañamiento de violencia y muerte; e imaginar un cielo amenazado por los aviones que –como heraldos de la destrucción– dejaban caer cientos de bombas encima de una población inerme. Como sucede con los misiles rusos en algunas urbes de Ucrania ahora, negros pájaros de aniquilación machacaron entonces –hasta arrasarlos– monumentos, calles y edificios de Berlín, Hamburgo, Munich, Dresde.
La guerra estaba terminando y, sin embargo, e innecesariamente según los autores que se han ocupado del caso, este último lugar se convirtió en la representación más aproximada del infierno que ha existido jamás sobre la tierra. Y, con todo, una suerte de gran desmemoria –casi– prevaleció en torno a tales bombardeos. Se habla de Hiroshima o Nagasaki, pero mucho menos de las ciudades alemanas que, sin sufrir los efectos de una bomba atómica, se vieron alcanzadas por criminales bombardeos de saturación igualmente inhumanos: ataques nunca lo bastante reconocidos ni en absoluto juzgados.
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«Cualquiera que haya visitado Berlín se habrá visto –quizá– sorprendido por esa estatua dedicada al 'soldado ruso', no muy lejos de la Puerta de Brandemburgo y el Reichstage»
Aunque, como la desmemoria rara vez llega a ser completa, el dolor transmitido de padres a hijos sobrevivió a las versiones censuradas, a los silencios impuestos, a las indignidades o la vergüenza: más allá del olvido y de la historia. Puesto que, para uno y otro bando, las responsabilidades y asunción de culpas tardaron en producirse o apenas se concretaron. Y lo que queda, hoy, es un fuerte resentimiento cultural mutuo que aún habita en el imaginario popular de germanos y británicos. Entre los primeros, porque la desconfianza y rechazo hacia lo angloamericano –incluido el idioma– todavía persisten merced al recuerdo imborrable de aquellas masacres y un sinfín de detalles en la geografía de la vida cotidiana; entre los segundos, porque no pocos ciudadanos del Reino Unido, aparte de guardar algún tipo de memoria de los bombardeos de los aviones nazis sobre su territorio, tampoco olvidan quién ganó y quién fue vencido: por lo que no entienden que los «derrotados», presuntamente, les impusieran dentro de la Unión Europea las directrices que deberían seguir (además de «saquearlos»).
Y ello fue un resquemor muy empleado por los agitadores del 'brexit', que –agrandando aspectos o episodios– manipularon las heridas del ayer, como también acontece actualmente en España con quienes avivan el odio entre regiones o hacia los inmigrantes. De manera que semejantes desencuentros hacen difícil una efectiva reconciliación desde la cual construir Europa.
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