El nuevo ministro de Transportes, Óscar Puente, tras recibir la cartera de mano de la ministra saliente, Raquel Sánchez (i). Javier Lizón/Efe
La Platería en llamas

Con cargos y a lo loco

«El episodio en que Carnero exija el soterramiento a Puente, antes de que el ministro le reclame un proyecto viable, ya promete altas cuotas de audiencia y expectación»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 22 de noviembre 2023, 00:28

La época dorada de las series no tiene fin. Recuerda en longevidad y persistencia a la bancarrota occidental, que tampoco parece tenerlo, y a este ... apocalipsis vaticinado por Pablo de Tarso que se nos administra con gotero; un acabose que se vendió urbi et orbi como si fuera inminente y que sin embargo, pasado un par de milenios, está resultando interminable.

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Pero hablábamos de las series. Y no precisamente de las breves y concisas que ya nacen sabedoras de su final (benditas sean), sino de los relatos que se desmadejan a lo largo de decenas de temporadas, de centenares de episodios, y que suelen cimentarse sobre los acontecimientos de una época, una saga, una condición o una singularidad; series que durante sus primeros episodios asoman por la pantalla timoratas, con la modestia ensayada y sin intención de molestar, mientras disponen su desfile de personajes arquetípicos, aunque más previsibles que una boda original, ignorantes aún de cuantos detalles argumentales les tendrá reservado el demiurgo omnipotente de guionistas.

Sin embargo, al principio, mientras se van abriendo camino los episodios de la primera temporada en cualquiera de estas series, todos los implicados mantienen hechas sus maletas, como esos equipajes siempre listos y entre bastidores de los concursantes pez que boquean cuando de un programa para otro se ven expulsados de su concurso pecera.

En las series, impera entre los intérpretes la sabia y resignada costumbre de mantener un pie en el estribo desde el capítulo piloto. Si este agarra, como los pimpollos de la repoblación, ya se verá la evolución de cada cual. Ahí comienza la lucha por la pervivencia, el duelo entre galanes, la batahola inmisericorde entre el elenco que alimentará tramas, dilemas y planos cortos. Hay protagonistas que se diluyen como azucarillos en el café y hay secundarios que comienzan de ordenanzas, sin texto ni porvenir, capaces de crecer hasta convertirse en astros poderosos y determinantes; aupados por un giro inesperado de guion a menudo inverosímil y desquiciado. Un excéntrico y agitado golpe de timón no solo capaz de descolocar a la audiencia sino de incrementarla, aunque solo sea por el morbo. Cómo será de dorada esta época de series que bien pudieran haber extendido sus formas a la vida cotidiana, tan agitada de últimas con caprichos inusitados.

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Verbigracia, no hay guionista capaz de venderle a su productor la última temporada de nuestra serie política municipal. Si en el mes de mayo alguno hubiera presentado el borrador de las tramas que en efecto han venido a desarrollarse este mes de noviembre –con Jesús Julio Carnero como senador y alcalde, gracias a Vox; con Óscar Puente como ministro de Transportes, gracias también a Vox, y Ana Redondo como ministra de Igualdad y experta en Derecho Constitucional en un consejo de ministros que habilitará la amnistía a los implicados del procés– habría tenido problemas para sacar adelante sus guiones. O quizás no. Quizás la época dorada de las series se alimenta de los giros caprichosos e inconcebibles, de la expectativa que despierten, del morbo que conciten. Solo el episodio en que Carnero exija el soterramiento a Puente, antes de que el ministro le reclame un proyecto viable, ya promete altas cuotas de audiencia y expectación.

Decía Billy Wilder que hacer una película no consiste en sentarse y empezar a inventar; que él acumulaba millones de ideas, frases y situaciones aisladas e inconexas en cajas de zapatos para condensarlas y seleccionarlas hasta que cupieran debajo del sombrero. Nunca precisó si esas ideas podían, como en el caso de la trama que se nos viene encima, llegar a entrar en un sombrero aunque a nadie le quepan en la cabeza.

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