Vivimos en una época de bulos. De relatos intencionadamente falsos que intentan conseguir que la gente crea y haga cosas que, sin esas mentiras pasadas ... por verdades, nunca hubiera creído o hecho. A veces, esas mentiras -disfrazadas de noticias que aparecen en nuestros móviles- juegan con el equívoco del titular para que 'piquemos' y entremos a ver de qué se trata: puede encabezarse, así, el texto con el supuesto divorcio o enfermedad de unos personajes famosos para luego, poco a poco, írsenos contando que no son tales. Lo que resulta aún peor y más grave que una falsedad a secas. Es lo que solía llamarse antaño una 'bola', que corre y se agranda según va rodando, aunque produzca daños imprevisibles al avanzar. Y, en el fondo, semejantes 'no noticias', más que fake news -propiamente dichas-, nos están troleando durante un rato para acabar diciéndonos que seguimos siendo demasiado ingenuos; que hemos caído en la trampa de la provocación y el engaño premeditados de nuevo.
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Escribió el antropólogo Gregory Bateson en la década de los setenta que «la educación se ha convertido cada vez más en tratar de seducir a los niños para que presten atención, dorándoles la píldora al principio, manteniéndolos entretenidos». Señalaba, pues, Bateson -muy certeramente- por dónde se veía ya que caminaba el mundo, en qué errados senderos se aventuraba la humanidad. Pero lo que no cabía esperar es que medios y redes de comunicación vinieran a funcionar -en el siglo XXI- de la misma manera: diciéndonos lo que queremos escuchar, suministrándonos motivos para aplaudir o indignarnos; o -por el contrario- metiéndonos el miedo en el cuerpo ante la inminencia del siguiente desastre.
Vivir entre la manipulación y el espanto no es bueno. Temer que algo malo vaya a suceder supone dar un paso para que aquello que se teme realmente ocurra. Esto pasa con algunas aprensiones o la preocupación colectiva respecto a que vaya a acaecer, por ejemplo, la carestía de tal o cual producto: de modo que gentes horrorizadas arrasan con las existencias de ese elemento en cuestión hasta causar una escasez verdadera. Los temores ocasionan la certeza de que, si nos dejamos amedrentar, lo que nos aterroriza habrá de cumplirse. Porque cuanto más asustados estamos más manipulables nos volvemos.
El miedo sobre los pinchazos recientes ha disparado las alarmas. En este tipo de relatos coincidían dos grandes temores de los últimos tiempos: el de la pandemia y el de las agresiones a mujeres. Pues ahora muchos quizá consideremos las jeringuillas y su utilización como elementos 'salvadores', pero no debe ignorarse tampoco que, hasta no hace tanto, fueron miradas con recelo y desconfianza, de manera que una parte no desdeñable de la población rehusaba vacunarse por miedo a las consecuencias. Temor que se alimentaba, además, de toda clase de rumores y bulos al respecto. De forma que sí parecería que hay una conexión entre ese creciente pánico -por ser pinchadas las mujeres- y las prevenciones ante la vacunación que aún esconde incógnitas.
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Pero no pensemos que en las narraciones legendarias de hoy no existe ninguna clase de verdad. Existe una equivalencia muy extendida entre bulo, leyenda urbana y mentira que resulta, por lo menos, dudosa, ya que el enigma por resolver que nos plantea una leyenda de las llamadas urbanas no consiste tanto en si lo que se nos cuenta ha ocurrido como si pudiera ocurrir. Y, en este sentido, hay que admitir que los relatos populares de las leyendas contemporáneas han advertido, como pocas otras creaciones lo realizan, de las negativas consecuencias a que conduce entrar a formar parte de lo que Ulrich Beck ha denominado la 'sociedad del riesgo global'. Una sociedad en que parecemos hallarnos constantemente en peligro, a la espera de la próxima catástrofe.
Decía, con razón, en este sentido Paul Virilio que «el temor siempre ha sido un instrumento para gobernar y que se acostumbra a infundirlo en nombre del bien». Por ello debemos rebelarnos contra la difusión del miedo global, venga de donde venga, si es que queremos construir un futuro que valga la pena, en el que habiten la esperanza y la libertad.
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