José Ibarrola

La pereza

Crónica del manicomio ·

«Es el rebelde por excelencia del presente. El que no se somete al sistema. El que renuncia a la velocidad y a las prebendas competitivas del capital»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 17 de diciembre 2021, 07:06

En la cultura cristiana, hoy asaltada por pasiones calientes, la pereza se alza arrogante entre los pecados capitales. Cabe preguntarse, lógicamente, por las causas ... que le han impulsado tan alto pese a su apariencia banal y pacífica. Pues poco tiene que ver con sus hermanas, la soberbia y la envidia, que sí dan la impresión de ser indecentes y estar cargadas de odio y algo más que rencillas.

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La razón de su importancia puede radicar en sus comienzos, puesto que su ascenso pecaminoso deriva de la 'acedía', una especie de depresión que se apoderaba obstinadamente de los monjes medievales y los arrastraba a incumplir con sus sagrados deberes. De repente, dejaban de lado la oración y el trabajo, que son el vértice universal de las reglas monacales, y se entregaban con los brazos abiertos a la apatía. Tamaña desidia, enhebrada a los hábitos de quien menos se esperaba, no se tomó como un desarreglo cerebral –no eran tan necios como nosotros–, sino como la victoria del diablo sobre el espíritu del fraile acidioso. Por esa vía diabólica corrompió también la moral secular, y en cuanto abandonó su exclusividad religiosa, la 'acedía', ahora degradada en pereza, infectó la moral y amenazó por igual a todos los vivientes fuera del claustro, ya se tratara de clérigos o laicos, de escépticos o fervorosos creyentes.

Sin embargo, a pesar de ablandarse en el tránsito del refectorio a la taberna, la pereza no perdió su categoría de pecado capital. Lo cual nos invita a buscar otra explicación más convincente que este curioso origen conventual. Cabe, entonces, albergar la sospecha de que lo que se quiere castigar con ella no es tanto el ocio como la desobediencia. No es el zanganeo y el incumplimiento de las obligaciones el que verdaderamente, a ojos de quien legisla sobre el pecado, hace del perezoso un inmoral, sino el riesgo de que se deprima y ya no obedezca. El perezoso es un potencial rebelde que hace de su capa un sayo y se convierte en un disidente, y si no llega a tanto, y se contenta con esgrimir su pasividad, se transfigura en un ciudadano intempestivo y linfático.

Un perezoso, al fin y al cabo, es alguien que no visita las redes sociales, no consume, no produce y no obedece. Es el rebelde por excelencia del presente. El que no se somete al sistema. El que renuncia a la velocidad y a las prebendas competitivas del capital. Su inquietante presencia nos admira tanto como nos irrita, pues despierta en nosotros, sin saber muy bien por qué, al déspota que hiberna en el interior de cada uno. Unas veces nos parece un simple vago, un caradura aprovechado que vive de los demás y nunca tira del carro. Pero, en otros momentos, pocos, demasiado pocos, resucitan una oculta admiración por ellos, por esos personajes pandos e indiferentes que se comportan como nuevos Diógenes civilizados, se apartan de las convenciones sociales y viven con lo que les cae del cielo gratuitamente.

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