El orden natural: desde que mi madre quedó atontada en una residencia, como consecuencia de un accidente que sufrió un poco antes de la pandemia, ... me toca llamar al móvil de su hermana, mi tía Sandy en Nueva York, para mantener el contacto familiar. En 2020, su marido Manolo murió por coronavirus y ahora vive sola en una de esas calles en las afueras, de casas grandes con jardines verdes y bonitos que se ven en las películas americanas.
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Hablamos mucho, todas las semanas, a veces durante horas. Aparte de ser de la misma sangre, es una persona interesante, culta, superintuitiva y con un sentido del humor que me hace partir de risa. Y, a pesar de sus 86 años, con sus brillantes ojos azules y una impresionante capacidad de pasarlo bien, sigue muy viva. De joven seguramente era guapísima. (Sí, era. Tengo fotos). Pero, sobre todo, en los tiempos de covid que vivimos, tiene un espíritu imbatible que tiene mérito y merece respecto.
De niña, con el resto de la familia, pasó muchas noches durmiendo en un refugio durante los bombardeos nazis. Ellos estaban intentando destruir el aeropuerto de Liverpool, a unos cinco kilómetros de casa, pero, como suele pasar, su puntería quedó lejos de la diana y bastantes bombas cayeron sobre el barrio, destruyendo unos cuantos hogares. Estos ataques mataron a 2.000 y dejaron a 70.000 sin techo. No sé si es por el efecto de esa experiencia a largo plazo, o simplemente por la edad, pero le cuesta comprender por qué algunos reclaman tanto sobre el virus.
«Hijo, estamos rodeados de blandengues. La gente no para de quejarse: que tienen que llevar mascarillas; que no pueden pasar las fiestas con sus seres queridos; que han tenido que cancelar sus planes para comer fuera … ¡Jo! ¡Qué patéticos! En la guerra, vivimos sin ir a restaurantes, sin ir al cine, sin dormir en nuestras propias camas … ¿Y qué? Lo aceptamos, todo el país lo aceptó. Cómo cambian los tiempos. El otro día, tuve que escuchar a la de al lado prácticamente llorando porque no puede más con la mascarilla. ¡Que no puede con la mascarilla! ¡Una mascarilla de papel! Y yo, que llevé una máscara de gas hecha de goma. Terminé consolándola, dándole ánimos. Si, yo, una señora de mi edad. Le dije que todo saldrá bien, que cuando yo era niña el canciller de Alemania era Hitler, que durante años sus aviones pasaban sobre el barrio, dejando caer las bombas encima de nosotros. Pero pasó».
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Difícil no estar de acuerdo, tiene razón: todo pasará. Feliz Navidad.
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