Últimamente, muchas llamadas, varias reuniones al día en la oficina, presentaciones en la oficina de nuevos compañeros y cosas. La popularidad de la vuelta al ... curso escolar es desconcertante. Con qué ilusión veníamos a esto hace años, como a luchar contra la ranciedad de las cosas viejas. Todo era estreno: libretas, libros, lápices, bolígrafos. Unos años aparecían las gafas, otros los brackets. Cuando menos lo esperabas te quitaban la mochila con carrito y empezabas a sentir la responsabilidad de forma proporcional al peso de los libros.
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Antes, el ansia por el fin de las vacaciones era lógico. Ahora, parece obra de un buen hipnotizador. Cómo explicar en este país maravilloso y entusiasta que algunos llevamos dentro la sombra fría del escepticismo. La gente, en el fondo, quiere seguir siendo gobernada por la rutina. En el fondo, necesitamos la inscripción en el gimnasio tanto como las cervezas congeladas en el chiringuito y nos da más paz tener que hacer el mismo recorrido de lunes a viernes al trabajo que descubrir nuevos pueblos siguiente el GPS por un camino desconocido.
Llegados a este punto, nos iría mejor reconocer que nos va lo cotidiano y que deseamos que el otoño venga frío para poder dormir tapados. Sería más rentable para todos, reduciríamos nuestras esperanzas y gastos del próximo año. Si en primavera nos creamos geniales y aventureros, en septiembre todo vuelve; nos recogemos para reconocernos como lo que verdaderamente somos: honestos trabajadores, afortunadamente.
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