Exterior de la sala Mambo de Valladolid R. Otazo
Con tilde

Mambo No.2025

«La sala y sus bailes navegaban y se hundían en el barrizal que ha imposibilitado su rescate hasta hoy»

Nosotras bebíamos fuera y escondíamos las botellas en las jardineras. Lo hacíamos enfrente de nuestras «esclavas», las chicas del colegio mayor vecino, condenadas a sufrirnos ... cada año. Esa plaza fue durante un curso entero, el de 2013-2014, la gran metáfora de la discoteca. Recuerdo que salíamos del portalón subidas en andamios de diez centímetros.

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Ahora, con la nostalgia de aquellos botellones, vuelve Mambo, que fue algo así como «el lugar» de los universitarios. Había chavales en todas las calles aledañas. En aquel entonces, cada gran ciudad tenía su guateque localista como ahora tiene su guateque globalista. Pareció por un tiempo que nos íbamos a desenganchar de los grandes hits mundiales. Miley Cyrus demolía su infancia para escándalo público y Avicii se encumbraba en la lista de éxitos sin que ninguno intuyéramos su cercano final. Mientras tanto, en Valladolid, la cola para ver a Andy y Lucas en Mambo llegaba hasta el final de López Gómez.

La cosa degeneró después, años más tarde empezaron las reyertas sábado sí, sábado no. Mambo y sus bailes, en fin, navegaban y se hundían en el barrizal que ha imposibilitado su rescate hasta hoy. Es pronto para saber qué Mambo no.2025 nos espera si los vecinos lo aprueban. Lo que está claro es que no volverán esas barras libres de derecho en las que intentábamos arreglar cortes con grapadoras ni las noches cálidas de recuperaciones en julio donde los «strangers in the night» nos refugiábamos de San Pedro Regalado entre arbustos.

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