La manipulación de nuestros recuerdos
«Mal va el mundo, desde luego, y nuestra sociedad en concreto, si lo más necesario es mantenerse informado sobre algo que nada importa»
Ha sido noticia recurrente de los últimos días el «gran desafío» al que se prestó un centenar de jóvenes españoles de prescindir del móvil durante ... una semana. Se trata de un experimento enmarcado dentro de una investigación promovida por varias universidades con el propósito de saber más sobre las maneras en que la juventud se informa actualmente. En ese sentido, lo sorprendente no es el confirmar que su forma habitual de informarse consista en recurrir –desde las primeras horas de la mañana– a redes sociales como WhatsApp, Instagram o Tik Tok, sino que –en las jornadas que pasaron sin móvil– dichas personas se «sintieran perdidas», según sus propias confesiones, al tener que conformarse con «viejos u obsoletos» medios de información como la televisión, la radio o –en menor medida– la prensa escrita.
Publicidad
¿No se sentirían «perdidas» por algo más? ¿No lo estarán –de hecho– porque no controlan las fuentes con que se informan ni siquiera las añoranzas o recuerdos que, a través de la propia experiencia, nos ayudaban antes a saber quiénes éramos?
Pues se da –ahora– un fenómeno curioso que, además, acaece continuamente cuando abrimos la galería de fotos de nuestros teléfonos móviles: esos fragmentos de vida que aparecen en ellos han sido seleccionados y puestos en orden con la correspondiente etiqueta por no sabemos quién. Nuestros recuerdos resultan ser manipulados a nuestras espaldas por compañías tecnológicas, de modo que acaban encontrándose totalmente en manos de ellas. Y es desde esa perspectiva que se los titula –lo que equivale, encima, a decir que se los define o, más aún, se los nombra– en razón de su supuesta importancia. Por lo que cabe concluir que nos hallamos ante una forma amable y sutil, pero perversa, de apropiación: de un auténtico atentado a nuestra memoria, que constituye también nuestro ser en el tiempo.
Puesto que nadie les ha mandado –al menos de nuestra parte– a tales robots y algoritmos del demonio que cometan semejante tropelía; que se inmiscuyan en nuestros asuntos privados; aunque lo hayamos asumido sin saber (o siendo realmente conscientes de esto), al «aceptar» todos esos requisitos que se nos hacen al entrar –como ciegos– en las correspondientes aplicaciones con las que los móviles nos instan a continuar a cada instante. Y, así, los señores del ciberespacio se entrometen para siempre entre nosotros y nuestro pasado.
Publicidad
Ya que somos, sí, nuestros recuerdos y tanto o más nuestra capacidad de recordar, de actualizarlos, de cambiarlos al propiciar que se hagan presentes. Desde que los filósofos griegos empezaron a darle vueltas al asunto de la memoria, hemos estado (los humanos que nos paramos a reflexionar sobre ello) esforzándonos en distinguir memoria y recuerdo, relatos, mitos e historia, Y parece que, según se diría que viene a revelarnos el experimento mencionado al principio, hoy la información del mundo exterior nos llega de aparatos cuyos contenidos manejaría un monstruo sin rostro, una máquina de bulos, mentiras y ensueños: un poder abstracto.
La angustia de no disponer de un móvil al que agarrar puede ser debida a la imposibilidad de comunicarse, pero no menos a motivos tan banales como seguir minuto a minuto los últimos rumores o, por ejemplo, las novedades sobre la ruptura de Tamara Falcó con su exnovio. Lo que, asombrosamente, ha constituido la comidilla de las redes, aunque también noticia nacional de todo tipo de medios de comunicación, incluidos los periódicos de mayor tirada, prestigio y repercusión.
Publicidad
Mal va el mundo, desde luego, y nuestra sociedad en concreto, si lo más necesario es mantenerse informado sobre algo que nada importa. Y no saber ni interesarnos por lo que –en verdad– nos pasa. Como si estuviéramos dormidos o –quizá– muertos para siempre. Sin memoria. Sin recuerdos sobre los que valga la pena articular palabras o ponerlas en el papel. Porque escribir es esto. Buscar la verdad de lo que somos o fuimos mediante el reencuentro con experiencias verdaderas de una serie de sentimientos indispensables: desvalimiento o abandono, soledad y pertenencia, deseo o vergüenza, aislamiento y miedo, amistad o amor, la plenitud perdida…
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión