¿Tengo pinta de ser el propietario?
Joven y clase trabajadora, dos conceptos que hacen inviable que yo fuera el propietario de aquella vivienda. Y lo realmente preocupante es la certeza que existe entre gran parte de la generación Z de que nunca lograremos ser propietarios
Mientras disfrutaba de un agradable paseo y una interesante charla con un amigo, mi mirada se detuvo frente a una de las oficinas de una ... conocida red inmobiliaria. Al mirar a través de su espectacular escaparate pude vislumbrar sus característicos trajes verdes.
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La tonalidad tan identificativa de las vestimentas me hace rememorar mis primeros días en Valladolid. Más concretamente una anécdota ocurrida en aquel primer año de universidad.
Se trataba no tan solo de mi primer año en la universidad, sino también el primero viviendo solo. Recuerdo cómo llamaron a la puerta. Preocupado, pues no esperaba a nadie, abrí con la finalidad de descubrir si se trataba de uno de mis compañeros de piso.
Al correr la puerta, me percaté de que quien allí se encontraba era un comercial. Vestía un traje de una tonalidad verde muy peculiar y portaba una pila de folletos en la mano. En primer momento pensé que se trataría de algún tipo de predicador religioso en busca de adeptos. Al pronunciar sus primeras palabras caí en la cuenta de que no.
«¿Es usted el propietario?», preguntó. Con sorna le repliqué: «¿Tengo pinta de ser el propietario?». No supo responder ante tal contestación. Perplejo ante mi comentario, tan solo elevó su brazo y me entregó un catálogo.
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Tras responder con un gracias, cerré la puerta y observé el objeto que apenas hace un segundo me había proporcionado. Se trataba de un libreto de una inmobiliaria. Con cierto desdén lo dejé sobre la mesa de la cocina.
Aquella pregunta aún resuena en mi cabeza. ¿Quién en su sano juicio podría llegar a pensar que aquel desgarbado joven de apenas 18 años podría ser propietario de un inmueble? Quizá podría llegar a admitir la validez de la pregunta si, tras el marco de la puerta, quien recibiera a aquel comercial vistiera con ropa de marca o quizá con un traje similar al del agente inmobiliario. Pero quien le recibió no fue más que un joven con el ceño fruncido, ataviado con un pijama de Marvel y con una barba de tres días realmente ridícula. Hasta el menos espabilado habría podido descifrar que tras aquella descuidada apariencia se encontraba un joven de clase trabajadora. Y precisamente ahí es donde quiero llegar. Joven y clase trabajadora, dos conceptos que hacen inviable que yo fuera el propietario de aquella vivienda. Y lo realmente preocupante no reside en que un joven no pueda ser el propietario, sino en la certeza que existe entre gran parte de la generación Z de que nunca lograremos ser propietarios. No a menos que algo cambie.
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Mientras el precio de la vivienda -en especial los alquileres- siga creciendo, a una velocidad proporcionalmente inversa a la que los sueldos se vuelven más precarios, será imposible para cualquier joven trabajador plantear la compra de un inmueble.
Lo que para la generación de nuestros padres era lo común para nosotros se ha convertido en un sueño difícil de alcanzar. Ya quisieran muchos centennials tener algo que apenas unos años atrás era tan común como formar una familia o comprar una casa.
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Ambos acaban por convertirse en privilegios reservados para muy pocos. Mientras que la mayoría tendremos que vivir con sueldos irrisorios y en busca de una vivienda mínimamente asequible, que de no cambiar la situación actual será más difícil de hallar que el Santo Grial. La generación Z tan solo exige una cosa: Vivir con dignidad. Y eso implica poder acceder a una vivienda. Algo tan simple como que en un futuro cercano ante la pregunta de: «¿Es usted el propietario?» Podamos responder con orgullo: «Sí, ahora lárguese de mi casa».
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