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Opinión

Del centro y los extremos en época de cambios

«Feijóo avanza, sin embargo (y diríase que 'al fin'), después de muchas tibiezas y titubeos, con paso algo más firme hacia el consenso, como asumiendo que –en el nuevo contexto– ha de marcar su particular hoja de ruta»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 6 de julio 2024, 08:17

Pese a que, tras el aparente acuerdo para renovar el CGPJ, tanto el PSOE como el PP hayan comenzado una cruda pelea por apropiarse ... del 'relato' sobre tal pacto, parece indudable que bastantes cosas están cambiando. Cambio de Feijóo, quien –por ejemplo, y siguiendo una línea abierta por Von der Leyen– había especulado con la idea de aceptar el 'ultraderechismo bueno' o 'aceptable' de Meloni en Europa, cuando el fascismo nunca lo es y él debería saberlo. Ya que, más allá de las diatribas, precisiones y discrepancias en torno a la reforma de dicho órgano que se han producido y emergerán todavía, hay otras transformaciones del escenario europeo que –mientras– han tenido lugar, afectando a nuestra política nacional. Y es que la renovada alianza de la derecha democrática y la socialdemocracia en Europa abre un panorama distinto del que los extremismos quedarían excluidos.

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De ahí que la táctica de una Ayuso, intentando ocupar -casi patéticamente- el espacio de la extrema derecha al confraternizar con uno de sus adalides, no obtuviera el rédito esperado: más bien la ha llevado a caer en un cierto ridículo internacional, por un mal cálculo respecto a cuál era el cambio previsible en la política general europea (ella que viene jugando tanto a 'dejarse ver' en ámbitos no autonómicos), descalificándose a sí misma. Feijóo avanza, sin embargo (y diríase que 'al fin'), después de muchas tibiezas y titubeos, con paso algo más firme hacia el consenso, como asumiendo que –en el nuevo contexto– ha de marcar su particular hoja de ruta. Por eso, la solución exprés, pero tan demorada, del conflicto sobre el CGPJ; y el acuerdo in extremis con el PSOE, que le permite presentarse como el líder de una derecha homologable a las más centradas del resto de Europa.

Porque, si bien el PP –ahora– dé algunas señales de haberse percatado de ello, la verdad es que no entendió que el sector de votantes fuera de su caladero habitual constituye una superficie rocosa, donde va a ser difícil que el mensaje moderado pueda penetrar. Por el contrario, y si el PP es capaz de desprenderse a tiempo del peso del ruido y el juego ultra a la contra, al que se ha visto sometido en las instituciones donde pactó con los ultranacionalistas, su camino –aglutinando a los electores del más amplio espectro imaginable– quedaría prácticamente expedito. Y –quizá– llegaría a la presidencia. Para ese movimiento, bastaría un gesto: aquél que –al desembarazarse los populares de sus 'socios molestos'– facilite al partido conservador transmitir hacia sus potenciales votantes la convicción de que deja atrás a la ultraderecha. Esto lo saben de sobra en el PP. Y lo saben en el PSOE.

Las ofertas, progresivamente generosas, de los socialistas en Castilla y León –pero no aquí sólo– de apoyar un gobierno en solitario de los de Feijóo, van también en este sentido. Y marcan la variación hacia un nuevo tiempo que propiciaría, además, que una mayoría de la población suspire con alivio, hastiada como está ya la ciudadanía de tanta polarización e insulto (o del florecimiento de nuevos monstruitos fascistoides que se ignora hacia qué Europa irrespirable y sin futuro conducirá). Porque se habría consumado, en última instancia, un cambio -más sustancial si se quiere- en las cúpulas de ambos grandes partidos con dirección hacia el espacio del centro; a la busca, sí, de encuentros y otros pactos que venían resultando –hasta hace nada– impensables. Y esto no únicamente para romper un indeseado y cansino enfrentamiento de bloques, sino también por esa consciencia de que la gran batalla en unas hipotéticas elecciones se desarrollará en la franja central, no en unos márgenes demasiado poblados por pequeños partidos que se escinden y vociferan.

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Este giro que acaba de consolidarse en Europa, con el pacto entre las derechas e izquierdas más 'civilizadas', acaece –si bien de una manera que tiene bastante de provisionalidad– en unos momentos en que la moderación europea debería de servir de contrapeso a la tendencia ultraderechista que crece en algunos de los países que componen la UE y amaga con determinar la política estadounidense de los próximos años.

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