Es curiosa la facilidad que tenemos para autoengañarnos. Mentirnos a nosotros mismos es un deporte nacional que ya está a la altura de la envidia, ese ejercicio tan españolito que nos acompaña desde hace siglos. Pero todo cambia y el engaño a 'myself mismo' se impone a los celos, a desear lo de los demás, en esta sociedad bobalicona de complejos y de rendición a los anglicismos y a la broma del 'spanglish'.
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Nos autoconvencemos de que cuando miramos a esa chica ya hemos ligado porque nos ha devuelto la mirada. Así lo contaba un amigo aprendiz de Casanova, quien enumeraba sus conquistas a distancia como si fueran reales y no una quimera. En el parchís es comer una y contar veinte. También ahora nos imaginamos que somos grandes cocineros, que como mi paella no hay otra igual; o qué viejos están los de mi año a los que he visto cuando he ido a vacunarme, no como yo, siempre fresco y lozano.
Convencidos estamos de eso y de muchas cosas más, como lo está Sánchez de que ha ligado con los 29 segundos de paseíllo con Biden. Y aunque el emperador ni le miró, sí le tocó la espalda, lo que para el ligoteo con un octogenario parece que es equivalente a triunfar por todo lo alto. El flirteo continuó en una sala sin que ya pudiéramos verlo y entre los 29 que estaban –como los segundos, qué conjunción planetaria– el venerable señor se fijó en el nuestro y según la portavoz Montero, la de difícil lengua, de los 30 minutos que duró el conciábulo le dedicó 29 y a los otros un segundo a cada uno. Total, que Biden tuvo 31 segundos para huir, que ágil como es, seguro que lo logró.
Eso es ligar, aunque sea con cronómetro, y echar a todos los chulos de la pista. Y es que nuestro Pedro es el rey de los ligones imaginarios.
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