Óxidos y vallisoletanías

Al contrario de lo que te han hecho creer, nadie te debe nada

«Cada generación tiene sus problemas y nada hay más dañino que pensar que al resto nos han regalado las cosas»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 10 de octubre 2025, 06:57

Dicen Camacho y Cuartango que soy de su generación. Es curioso porque me sacan veinte años, pero sé a lo que se refieren. Las claves ... con las que forjamos una opinión, los principios irrenunciables y las fobias innegociables son similares, como también lo es una especie de lugar en el mundo. Tenemos mucho más que ver con la generación que nos precede que con la que nos sigue. Y es lógico porque hemos formado una mirada leyéndolos a ellos. Leer prensa y escuchar radio es más importante de lo que parece, sobre todo a esas edades en las que se está forjando una identidad, una cosmovisión y una cierta sensación de pertenencia. Y yo, antes que a cualquier otra cosa, me reconozco en los valores de la Ilustración: la razón, la cultura, la ciencia, la libertad, la igualdad, el progreso, la separación Iglesia-estado, la educación como medio para formar ciudadanos libres y racionales, la tolerancia, el pluralismo y el compromiso con la democracia. Exactamente esos valores son los que he vivido en mi casa, con unos padres defensores de la Transición, del reencuentro entre españoles y de una Constitución, que, por cierto, promulga varios de esos valores como superiores.

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Pero lo mismo he vivido en mi colegio, una educación jesuita y, por lo tanto, basada en la formación integral, en la exigencia intelectual y en la conciencia moral. En el San José nos enseñaron a pensar, no solo a obedecer; a dudar, no solo a creer; a servir, no solo a destacar. Allí aprendí que fe y razón no solo son enemigas, sino que han de confluir necesariamente. Porque la verdad es solamente una. Y que la libertad no consiste en hacer lo que uno quiera, sino en utilizar ese conocimiento y esa responsabilidad para cumplir con nuestro compromiso con la sociedad. Está bien rezar por los pobres, pero está mucho mejor saber hacer un plan estratégico para eliminar las causas de su pobreza. El verdadero compromiso no se contenta con acoger al herido, sino que ha de aspirar a que nadie más vuelva a ser herido. Con estos mimbres no es difícil comprender que no tenía otra opción que ser lo que soy, mi vida es una tormenta perfecta de 'inputs' —prensa, familia, Colegio— en una misma dirección.

No sé en qué dirección reman los 'inputs' de los jóvenes de hoy, pero no son los mismos. Nosotros hemos visto la democracia abrirse paso en directo. Hemos visto el punto de partida y estamos viendo el de destino. Y nos sentimos parte del camino. Por ello creo que quizá se ha podido hacer el viaje demasiado rápido –hemos pasado directamente de la boina al 'piercing'–, y hemos creado una generación que cree que todo lo que se ha ganado es lo normal y que se lo merecen. Quizá porque no han visto el camino ni saben cómo se ha llegado aquí. «Nos corresponde el bienestar, es nuestro derecho», No, no es vuestro derecho, todo esto es un puñetero lujo, una maravilla y algo por lo que dar gracias a Dios, a vuestros padres y al sistema todos los días de vuestra vida. Entre otras cosas, porque está en riesgo, porque se puede perder y porque, de hecho, se va a perder. El bienestar no es la estación de salida de tu vida, sino la estación de destino de otras generaciones que te lo han legado.

Y hay que conservarlo. Pero sucede que, en España, hay algunos conservadores que, paradójicamente, creen que no hay nada que conservar. Entre ellos y aquel desastre del 15M —tanto monta, monta tanto— han generado una mentalidad pre-revolucionaria en los jóvenes. Frente a la mentalidad de agradecimiento, sacrificio y esperanza que compartimos la generación previa, hoy se piensa que todo es una basura, que ellos son las víctimas y que el culpable es el sistema. Es decir, nosotros. Quizá sea la consecuencia de no haber leído prensa, de no haber escuchado radio o de que la formación, tanto en casa como en clase, presente carencias en todos los ámbitos que excedan lo académico.

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El otro día hablaba con un chaval que me decía que era increíble que una pareja joven con un sueldo normal no pudiera permitirse un fin de semana en Segovia, porque entre comida, cena, entradas a museos, hotel, gasolina, etc., les salía por cuatrocientos euros. Yo le traté de explicar que es totalmente normal no poder irse a Segovia cuando te apetezca. Es más, que es totalmente normal quedarse en casa, tomarse un par de claretes en el bar de abajo, hacerte unas lentejas, ver una peli y dar un paseo. Que hay que vivir muy bien para gastarse cuatrocientos euros en un fin de semana. Que eso lo hacen los privilegiados, la gente que vive de modo desahogado, no la gente normal. Y mucho menos los jóvenes, que están empezando. Que hay que trabajar mucho, ahorrar todo lo posible, vivir de modo austero y que, de hecho, eso es lo que han hecho nuestros antepasados. Esto es Castilla, muchacho. No somos suizos. No hace falta más que echar una ojeada a 'Las Ratas', de Delibes, para entender lo que era esta tierra hace algo más de medio siglo, más allá de los delirios que les venden los nostálgicos. Y después echar una ojeada a la realidad para darse cuenta de que vivimos en un lugar seguro, con trabajo, riqueza, sanidad pública, una biblioteca pública en cada esquina y todo el catálogo de cine y de música universal a un clic, es decir, algo por lo que habría matado el más rico de esos de 'Las Ratas'. Y encima es otoño y Castilla está de gala. Lo sé porque el domingo pasado no estuve en Segovia sino mirando el campo en Urueña. Y con los cuatrocientos euros que me ahorré comemos un mes entero.

Los jóvenes de hoy lo tienen complicado. No más que nosotros ni que aquellos de la heroína, de la reconversión industrial, del 25% de paro y de las bombas reventando España cada mañana. Cada generación tiene sus problemas y nada hay más dañino que pensar que al resto nos han regalado las cosas. Porque eso colectiviza el fracaso, retira el factor individual y lleva a pensar que el pasado no solo fue un lugar mejor sino un lugar al que es necesario volver. Y, tomando la parte por el todo, concluir erróneamente que el autoritarismo fue sinónimo de bienestar, mientras que el progreso sólo es sinónimo de decadencia. Es el efecto de las redes sociales y de la ignorancia, que imponen lo aspiracional como estándar y que generan una frustración endémica en una generación que cree que ser feliz, guapo y gastarse cuatrocientos 'napos' en Segovia es lo normal.

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Todo esto está resumido en una camiseta que tiene mi hermano, en la que pone: «Al contrario de lo que te han hecho creer, nadie te debe nada». Podríamos empezar por ahí. Y cuando eso esté claro ayudarles a que sepan valorar todo lo que les ha sido entregado para que lo conserven y lo mejoren, en vez de mandarlo al infierno solo por haberse pasado la vida en Instagram. Es decir, aprendiendo de cuatro idiotas, en vez de aprender de los mayores. Apenas eso.

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