Leo entre divertido y ojiplático, en este diario suyo y mío, la historia de un japonés a quien contratan para no hacer nada; o para ... realizar trabajos, si se pueden calificar así, que no son convencionales, aunque contengan los dos requisitos fundamentales: la prestación de un servicio a cambio de una remuneración. Son actividades 'laborales' tan esforzadas como acompañar a una mujer a firmar los papeles del divorcio, dar un paseo con un cliente sin hablar o sujetar un globo para que el contratante se haga una fotografía. Es lo intangible elevado a la categoría de oficio.
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El elenco de asuntos para contratar es el que a usted se le ocurra como cliente y el que pueda hacer Shoji Morimoto, que así se llama el tipo. Le va bien y cobra 80 eurazos por cada misión imposible, de esas de vivir al límite, que realiza. Un pícaro que sirve a muchos amos para poder sobrevivir, en línea con los lazarillos o buscones que ha creado la literatura y que aún son muy reales entre nosotros, los españolitos.
Descartado cursar el sonoro ingeniería de caminos, canales y puertos o los clásicos arquitectura o historia del arte, por pasados de moda, ya oigo la decidida respuesta de la chavalada a la pregunta y tú qué quieres ser de mayor:«Lo de Morimoto». De nada nos servirá que les expliquemos que los perfiles más demandados son los relacionados con el marketing digital que es una cosa que ha dejado vieja a lo que llamábamos antes de ayer nuevas tecnologías, ahora ya ancianas, con canas y achaques.
Ellos querrán ser unos 'morimotos' de la vida, unos reyes o reinas de lo intangible, que lo de notarías es viejuno. Yo de momento aprenderé a pasear callado por si me subcontrata Morimoto como un falso autónomo.
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