IBARROLA

La inocencia

CRÓNICA DEL MANICOMIO ·

«Nacemos en un estado de impotencia y fragilidad que hace que a los niños se les llame inocentes, como también se hizo durante mucho tiempo con los retrasados»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 30 de diciembre 2022, 00:03

Los juegos de culpa e inocencia desconciertan con sus alternativas. Nos sorprenden en nuestro interior y también a la hora de entender a las personas. ... Ante cualquier suceso nunca sabemos del todo si el afectado se va a presentar como agente culpable o como víctima inocente. No hay ley que lo regule y nos ayude a anticipar la respuesta. Los impulsos que activan un polo u otro permanecen ocultos e impredecibles. Esta ambigüedad original habla a favor de entender la inocencia como un sentimiento muy temprano. Quizá sea el primero que adquiere solidez y autonomía en la infancia. No puede estar muy lejos de ese estado natural que habla de desolación, desvalimiento y desamparo.

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Nacemos en un estado de impotencia y fragilidad que hace que a los niños se les llame inocentes, como también se hizo durante mucho tiempo con los retrasados. De hospital de inocentes se hablaba para dar cuenta de las dependencias donde se recogía a los locos y a quienes demostraban estar poco dotados intelectualmente. Se consideraba que no se daban cuenta de lo que hacían o que no preveían las consecuencias. Carecían del derecho de ser culpables y prestaban a la inocencia una imagen bobalicona.

Pero frente a esta inocencia, asimilable al candor y la sencillez, se alza otra que se define por su oposición con la culpa. En este antagonismo empieza la negrura del problema, porque no es raro que para liberarnos de la culpa y desentendernos de ella se la adjudiquemos a cualquiera. De este modo, invirtiendo las causas, se pone en marcha una cadena de ecuaciones que acaban ensuciando la vida.

La primera ecuación reza que para sentirme inocente necesito que alguien me odie, me persiga o me desprecie. Necesito crear un enemigo para sentir que he limpiado mi conciencia. Y como hay que encontrarle cuanto antes, lógicamente la familia es el semillero inicial de adversarios y el primer lavadero donde poner la culpa a remojar.

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La segunda, aún más turbia, constata que para ganar la inocencia necesito a veces dañar al amado. Hay quien no experimenta el amor si no es haciendo daño. Está tan extendido este binomio que el psicoanálisis habla de fantasma sado-masoquista para dar cuenta de esta necesidad de castigar y castigarse para tener a alguien al lado. Si no eres muy ingenuo pronto te convences de que incluso el amor más puro no ata si no lleva aparejado ese lazo. Por último, la tercera ecuación nos aclara que no se sufre por ser inocente sino para sentirse inocente. Si sufro, soy inocente luego digno de amor. Sufro, luego tengo derecho a que me quieran y a que ellos sientan la obligación.

Estas tres ecuaciones animan la vida del inocente, pero lastran la vida y desesperan.

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