Vivimos en la frontera de una nueva época, o eso creemos, pero la única frontera que hay somos nosotros, seres fronterizos. La mente es frontera ... y el cuerpo un límite, las relaciones humanas sólo son un horizonte de sucesos. Acampamos en la frontera de lo posible; seremos otras personas, otras ciudades, otras mortandades, las imágenes de la vida serán tenebrosas como bellas.
Publicidad
En todo cambio de vida suele ocultarse una trampa que nos hace retroceder el terreno ganado en la conservación de un mundo caduco. Vivimos bajo una bruma que nos impide ver el horizonte, lo curioso es que detrás del horizonte no hay nada, nada se divisa salvo más horizonte. ¿Cuál es la frontera para nuestra civilización y para nuestra especie? Vivir es un asunto sin bordes prefijados. La frontera no es solo un punto sin retorno, es el umbral de una nueva vida, la aventura como política de la supervivencia, lo desconocido como anzuelo del alma humana desorientada.
Las fronteras son espacios invisibles del desacuerdo, cuando deberían ser pasadizos de la concordia entre las gentes. Las fronteras naturales no existen, son convencionalismos geográficos, administrativos, jurídicos, culturales y económicos, establecidos interesadamente para delimitar estrategias, separar y distinguir a unos hombres de otros, en suma, hacer valer de manera legitimada e institucionalizada el poder de unos sobre otros, y preservarse una autonomía de acción, no siempre basada en el libre albedrío.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión