IBARROLA
Crónicas del manicomio

Momentos estelares

«Para ser uno mismo necesitamos el reconocimiento del otro. Hasta ese punto somos gregarios y dependientes»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 14 de abril 2023, 00:16

Hay momentos estelares en la vida de todas las personas. No me refiero al nacimiento, el matrimonio o la enfermedad, que son instantes postrimeros o ... sagrados. Aludo a experiencias más prosaicas y vulgares pero de gran significado personal. Elijo dos para ilustrar esta historia que me resultaron muy significativas por su cruel verdad: la primera vez que te llaman de usted y el primer día que en te ceden el asiento.

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Ambas son la consecuencia de la imagen que nosotros mismos reflejamos en la retina de los demás. Ambas son el producto de uno de los procesos más nucleares de nuestra identidad: el reconocimiento.

Para ser uno mismo necesitamos el reconocimiento del otro. Hasta ese punto somos gregarios y dependientes. Su mirada es el primer carnet de identidad. Por eso, el trato de usted que repentinamente recibes es un comprobante de adultez y la cesión de asiento que cortésmente te ofrecen es un documento de senilidad. Estas son nuestras credenciales. Las necesitamos como un rito de paso entre las distintas edades de la vida, al menos cuando esta tiene la fortuna de seguir hasta el último día su recorrido natural.

Somos más locos o más cuerdos –sin necesidad de establecer grandes diferencias entre estos dos modos– según el grado de reconocimiento que nos hayan prestado. Si en los momentos iniciales de la vida pasamos con nota esa fase que han llamado «estadio del espejo», bien vamos. Gracias a ese gesto es posible que en lo sucesivo nos reconozcamos fácilmente en el otro y que no vaguemos por la vida ávidos de reconocimiento en todo momento y circunstancia.

Pero para ello no solo necesitamos vernos a nosotros mismos en la luna del cristal, sino que es imprescindible que alguien materno se ponga a nuestro lado y nos diga que ese que se ve ahí, haciendo muecas en el espejo, es el mismo Fernando que viste y calza. Sin esa ratificación nos vemos unos a los otros, sin duda, pero no nos miramos a fondo ni llegamos a perfilar nuestra identidad. Es necesario desde los comienzos que alguien nos diga quiénes somos. No sabemos empezar de cero. La crianza no se agota en limpiarnos, protegernos y darnos de beber y comer. Necesitamos también que nos pongan un nombre, que nos miren, que nos besen de cuando en cuando y que nos digan calladamente, cuando nos miramos en el espejo, que eso que precisamente vemos lo es gracias a que nos ven.

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La lógica continuidad de este proceso inicial es llegar a oír un día cualquiera, pero un día que no es un día de más, esa ofensa social que nos pregunta «a qué piso va» o nos conmina y condena con un cordial «siéntese, por favor». Ese día ya no nos dicen quienes somos, sino cuánto respeto se nos debe y cuánto podemos durar.

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