La vida nos sorprende a diario, no tenemos tiempo para pensarla y sentirla, a menudo hace daño, no hay protección, Sabemos que sin dioses y mitos humanos, la vida se vuelve abúlica. Cuando la vida se agota seguimos sin haber aprendido a vivir, así es el misterio del truco de la gran prestidigitadora, que tal vez no convenga desvelar. Así reza el único mandamiento de la vida, Todo en la vida marca diferencias que, sin embargo, tienen un nexo de unión secreto, nada es independiente.
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La vida puede ser perfectamente injusta, nadie ordenó que tuviera que ser justa, ninguna ley, ningún credo, ningún mandato establece la bondad ó maldad originaria de la vida. La vida crece pese a la muerte de la vida misma, la naturalidad del proceso vida-muerte es la armonía inestable sobre la que se asienta la realidad. Hemos aprendido con el tiempo que nada tenemos que ofrecer salvo la desnudez de estar vivos. Lo que más duele es vivir, nadie nos avisó que la vida duele, ello es parte del oficio de la naturaleza El dolor es parte sustancial de la vida orgánica, sufrimos física y psíquicamente el desarrollo de Lo Vivo. Vivir es sentir ese vivir y tiene un precio elevado. En breves minutos se revela la vida en toda su grandeza, la muerte sólo se muestra en el instante del morir.
También hemos aprendido que la vida es sentimiento o no es nada, nada que merezca la pena. La vida es emoción o no es vida que merezca tal consideración. Simplemente sobrevivir pese a la indolencia de lo que significa, es una contrariedad que, sin embargo, no deja de tener coherencia. Vivir y morir con dignidad ¡qué difícil tránsito! Hay aspectos telúricos de la vida que la moral y la ética no alcanzan a comprender ni justificar. Las fuerzas telúricas se apoderan de la conciencia humana desde el principio de la especie.
En resumen: tantas vidas no son muy diferentes que la vida de una mosca. Tal vez sea tan sólo una cuestión de perspectiva.
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