Encuentros con lobos
«El hecho de que sean fieles –de por vida– a sus parejas y nunca abandonen a un compañero, tendría que hacer arduo el no sentir cierta empatía hacia ellos»
Decía Darwin que quien ha visto a un «salvaje desnudo» en su medio difícilmente lo olvidará. Tampoco lo hará quien se ha tropezado con animales ... de los definidos como salvajes no en zoológicos, no en reservas, no en las zonas acotadas para ellos y en que se lleva a los turistas para avistarlos, sino en un lugar donde no se les esperaba. Es decir, en plena naturaleza, en su verdadero elemento, en absoluta libertad mientras hacen su vida cotidiana. Darwin se refería a su primer encuentro con los habitantes nativos de la Tierra de Fuego. Y, si ponemos a un lado los prejuicios del naturalista ante unos seres a los que entonces se miraba como inferiores, descubriremos también –leyendo con detenimiento el texto– que estaba convencido de la íntima conexión y comunidad entre humanos. Por lo que, rememorando el instante de su descubrimiento de dichos «salvajes», él procura transmitir la sensación única de haberse encontrado de frente con nuestros ancestros.
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Pues bien, algo así experimentamos cuando nos topamos con un animal, como es el lobo, que encierra en sí antiguas y misteriosas relaciones con quienes fueron nuestros antecesores. Toda una historia de encuentros y desencuentros, de acercamientos y lejanías. De descubrimiento mutuo en torno a un fuego originario que reuniría a humanos y cánidos hasta que los fieros lobos se convirtieran en fieles perros. Cuando –por absoluta casualidad– se ha visto a una loba caminar por un cañaveral en una tarde de otoño, esto no podrá olvidarse. El animal no debería de haber estado allí, pero es sabido que los lobos recorren amplios territorios; que cautelosamente atraviesan ríos, montes y pinares. Si esa «intrusa» se ha dejado ver cerca de un paraje que venía llamándose «vadolobo» y –unos días después– emerge más allá, entre la hierba de un bosquecillo cercano, la pezuña mordisqueada de lo que fue probablemente un corzo, no parece que haya demasiada duda sobre la identidad de tal «aparición peluda».
Además, se diría que –últimamente– han proliferado en tierras vallisoletanas los avistamientos de lobos por agricultores y ganaderos en el entorno de sus propiedades o explotaciones. No es de extrañar, puesto que las poblaciones de lobos aumentan en toda Europa como resultado de una legislación cada vez más proteccionista. Sin embargo, no resulta ya tan casual que las grabaciones, noticias y testimonios sobre las andanzas lobunas abunden ahora en los medios. Justo cuando, en esta semana pasada, el gobierno de Castilla y León presentaba –juntamente con las Comunidades Autónomas de Asturias, Cantabria y Galicia– un escrito ante el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, exigiendo la retirada del Borrador de 'Estrategia para la convivencia de las actividades del medio rural con el lobo y su conservación'.
En un momento que se caracteriza por el incremento de la pugna entre conservacionistas y ganaderos –o habitantes del campo–, provocar más prevención y temor respecto al lobo no ayuda a centrar el debate. Las administraciones que han presentado la solicitud en cuestión coinciden con las que gestionan buena parte de los lobos existentes en España, por lo que deberían mediar entre los grupos en litigio, ponderando los argumentos de unos u otros. Y mostrar más diligencia o voluntad en compensar los daños causados por las manadas de aquéllos que la empleada hasta hoy.
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Supervisar y acotar el radio de acción de las manadas sería más que aconsejable; pero volver a una situación en que el mejor y casi solo modo de control consista en el deporte –o práctica de ocio– de tirotear a unos animales tan valiosos recuerda, tristemente, otros tiempos. Una época en que los europeos disparaban –indiscriminadamente– a todos los seres tenidos por salvajes, incluidos los propios humanos. Si consideramos que los lobos constituyen el precedente de nuestros perros, la nobleza de unos animales que luchan hasta la muerte para sacar adelante a sus camadas, el hecho de que sean fieles –de por vida– a sus parejas y nunca abandonen a un compañero, tendría que hacer arduo el no sentir cierta empatía hacia ellos: no aprender de nuestros encuentros.
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