Manifestación en Berlín hace una semana de quienes no creen en las medidas contra el coronavirus. Reuters

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Por Berlín se han manifestado miles de personas que no creen en el virus. Sí en una confabulación mundial

Hace veinte años que entramos en el siglo de la ciencia más sofisticada. Atrás quedaba la mugre, atrás quedaban las supercherías. Anteayer mismo se confirmaba ... la existencia de las ondas gravitacionales que Einstein había vislumbrado y que entonces, hace casi un siglo, movían a mofa a algunos de sus emintes colegas. Nanotecnología, gran colisonador de hadrones, manipulación genética, sí, nos creíamos con un pie en un futuro intergaláctico cuando un virus chino nos ha devuelto al siglo XIV o, sencillamente, a la realidad.

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Las certidumbres se tambalean y ahora todo se encomienda al campo de las creencias, de la fe. Una fe que cada cual deposita en el altar o el santo que mejor espina le da. Por Berlín se han manifestado decenas de miles de personas que no creen en el coronavirus. Creen en una confabulación mundial. Las redes sociales se han convertido en un galimatías habitado por lunáticos, científicos de última hora, gurúes y trileros que hacen pronósticos apocalípticos o se mofan de la inocente credulidad de los demás. Aconsejan no ver telediarios, no leer periódicos, no escuchar lo que dicen los médicos en esos medios porque todos están confabulados al servicio de una causa siniestra. Con el invento de una epidemia tratan de despojarnos de los derechos básicos.

Se siembra la incredulidad en todas las direcciones. Científica, social y política.La Organización Mundial de la Salud tiene la misma credibilidad que Miguel Bosé. Lo que dicta y aconseja aquel organismo lo rebate alguien que se ha dedicado toda la vida a bailotear por los escenarios. Opina sobre los beneficios y perjuicios sanitarios de la mascarilla, sobre las posibilidades de contagio en el trabajo. Fernando Simón no le hizo un favor demasiado grande a la cordura cuando aventuró que el coronavirus sería una gripe menor. Un traspiés para reforzar la sospecha. Pólvora para los que tienen su propia hoja de ruta. Los que dudan de cualquier dato emitido por una institución científica o sanitaria pero creen sin asomo de duda lo que dicen esos oráculos con acento del Caribe que saltan de teléfono en teléfono como si fuesen la cara B de la pandemia. Aquel futuro en el que creíamos adentrarnos hace veinte años se ha desmoronado como el decorado de una mala película y nos muestra un rostro mucho menos esplendoroso. Los sofisticados instrumentos que iban a servir para transmitir mensajes deslumbrantes se usan para propalar la basura de siempre, las engañifas y fullerías de unos timadores convertidos en oráculos gracias a la fe de aquellos que siempre siempre serán más partidarios del apocalipsis que de la razón.

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