Ibarrola

Un círculo de soledad

«No hay temor más arraigado en la persona que la de quedarse solo o, peor aún, la de sentirse solo»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 29 de julio 2022, 00:03

En la única historia de la soledad que conozco, escrita por Georges Minois en 2013, se subraya desde la primera frase el interés que puso ... Dios para que Adán, recién creado, no se sintiera solo. «No es bueno que el hombre esté solo, le haré una ayuda semejante a él», es la reflexión con la que el Creador se justifica en el texto sagrado. Que la compañera de ayuda fuera una mujer, que asumía por naturaleza y disposición divina esa función subordinada, de simple acólito del varón, con todo lo que esa leyenda supuso para consolidar el hoy tan denostado patriarcado, no es una cuestión menor, pero no atrae mi atención en este momento.

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Lo que realmente me interesa es destacar que la primera calamidad que nos amenaza, desde que hay testimonios históricos de ello, es la soledad. Y aunque su forma de presentarse es múltiple y sus contradicciones muy sugerentes, no hay temor más arraigado en la persona que la de quedarse solo o, peor aún, la de sentirse solo. Y más peor, si cabe, es la posibilidad de sentirse especialmente solo cuando alguien te acompaña. En ese caso nos damos de bruces con la condición más dramática imaginable, pues la locura se explica como un duende ambicioso que se apodera del alma de quien se siente solo. No hay que darle muchas más vueltas al misterio de la locura. Aquí queda descifrada en cuatro palabras, y así de fácil, como vemos, es la psiquiatría. Y así de complicada también, porque la habilidad del psiquiatra, al menos en teoría, reside en su destreza para distinguir soledades, pero también en su doble capacidad, de artista y artesano, para saber acompañarlas. Tarea que poco tiene que ver con el vicio de andar inventando diagnósticos, dando electrochoques y repartiendo psicofármacos.

De la importancia de la soledad en nuestra vida da cuenta el círculo que inevitablemente repetimos a diario. Si uno sale a la calle a primera hora, entre siete y ocho de la mañana, observa que los transeúntes caminan solos, con aire decidido y pasos rápidos. Raro es encontrarse a esa hora con dos caminantes juntos, y más extraordinario es darse de bruces con un grupo abultado. La primera impresión que causan estas unidades matutinas, que avanzan apresuradas y con la mirada perdida, es que o no saben lo que hacen o, si lo saben, avanzan demasiado distraidos como para tener éxito al encuentro de alguien. Lo sorprendente, sin embargo, es que, pasadas doce horas, si salimos ya algo tarde, vemos que los mismos personajes forman parejas o se juntan en entretenidas cuadrillas que solo piensan en reírse, engatusarse y no volver a separarse. Milagro que, como un péndulo, se repite todos los días del año. Hay quien ha llamado felicidad a este círculo que, pese a ser monótono, puede ofrecerse como algo muy placentero y holgado.

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