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No hay más ciego que el que no quiere ver. Esa visión para enterarse de las cosas, para querer y poder comprenderlas. Pero, es cierto, ... hay quien prefiere no enterarse, como si el asunto no fuera con él, o como si nada pasara. Una ceguera voluntaria, quizás necesaria. Para no tener que abjurar de viejos prejuicios, de dogmas y presuntos axiomas. En ocasiones, claro, con la inestimable colaboración de una bolsa de monedas de plata. Así, por ejemplo, están quienes solo ven la corrupción en partido ajeno, nunca la viga maestra carcomida en el propio. Esta ceguera sectaria es una de las muchas piezas separadas de la ingente causa ideológica, en la que aparece imputada esa gran parte de la sociedad que solo quiere ver lo que le interesa. Y a la que, como preconiza la ultraizquierda, no cabe aplicar la presunción de inocencia.
En comparación con el apagón de la responsabilidad democrática de los ciudadanos, el del pasado lunes es cosa de niños. De unos niños muy adultos que torean en lidia tan eficaz como impostada a una sociedad somnolienta, que entiende como una pugna futbolística la política de partidos. En la que hay que aplaudir la victoria, al precio que sea, aunque el penalti fuera inexistente y la falsa zancadilla sucediera fuera del área. Solo hace falta tener bien engrasado al Negreira de turno, al Pumpido agradecido y sectario, que juega al patadón con los derechos y obligaciones constitucionales… Un duro y bregado catenaccio para evitar goles en la portería de sus valedores. Contorsionismo de las normas y los principios, convertidos en forzados finales.
El apagón me pilló cuando salía de viaje para un juicio en Cádiz. Pude contactar para asegurarme de que el cliente ya estaba allí, y confié en que la vista se celebrara el martes. Y que, al menos, durante el trayecto hubiera una gasolinera disponible para repostar. Y así fue.
Mientras tanto Sánchez componía su enésima farsa. Sus embustes renovables, erigidos sobre mentiras nucleares. Construía un tribunal de cartón-piedra con los representantes de las eléctricas en el banquillo de los acusados. Y colocaba a Red Eléctrica en la posición de perjudicado civil. Una entidad en la que el Estado pone y quita, que para eso es socio mayoritario. Y que es la dueña de los caminos, carreteras y autopistas por las que circulan los electrones. Pero, oh elogio de la ceguera, nada tuvo que ver con que a una nación se le fundieran los plomos en un abrir y cerrar de ojos. Y así, mientras a la Justicia se le hace mirar para otro lado, destapada de su venda, la democracia se divierte jugando a la gallina ciega.
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