Gesto de educación en un protocolo básico, las nuevas corrientes de intoxicaciones diversas pueden mostrar un ticket de sesgo discriminatorio cuando, simplemente, se cede el ... paso. Por ejemplo, como una muestra de machismo si se hace, por un hombre, con una mujer. Claro que, previamente, habría que realizar un test rápido sobre cómo se autopercibe el presunto infractor de la nueva inquisición neoprogresista. No vaya a ser que se trate un conflicto de mujer contra mujer, pese a las siempre engañosas, y hormonadas, apariencias.
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La moral clásica ha entrado en un marco espacio-temporal muy resbaladizo. Discrepar, qué le vamos a hacer, es presentar una sólida candidatura a obtener un premio como autor de un delito de odio.
Antes, igual que llorado, de casa había que salir educado. Con las cosas claras sobre lo que estaba bien, o mal. Ahora, socialmente, el asunto se ha convertido en una disputa permanente entre el sentido común y el BOE.
Ser peatón social permite observar los acontecimientos con más cautela, siempre que algún piloto de patinete ideológico no te levante las pegatinas de lo que tenías a buen recaudo en tu decálogo vital. Si el asunto lo trasladamos a la circulación viaria, se convierte en un banco de pruebas de lo más interesante. Que no edificante.
Desde la ventana de mi despacho, en la vallisoletana plaza de Los Arces, espacio ya casi peatonal, se observa la confluencia de las calles General Almirante (personaje de singular historia) y Zapico. Día sí y día también, los frenazos estridentes forman parte del paisaje sonoro de este apacible, por otra parte, territorio urbano.
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Como ambas calles crean entre sí un ángulo de 90 grados, con un edificio que hace esquina, los coches, motos y demás vehículos que transitan, llegan a ciegas hasta el punto de encuentro. Una propuesta de interés para el conflicto.
Hace unos días, el conductor de un vehículo que transitaba por la calle General Almirante casi se come, literalmente, a otro, procedente de Zapico. Medié. Psicología inversa, un poco de ironía y una pizca de mala leche, lo reconozco. Le dije al conductor proveniente de General Almirante que tranquilo, hombre, que era verdad que no se había saltado un ceda el paso. El de Zapico me miró con los ojos fuera de sus órbitas, a punto de estallar en una indignación flamígera... No se ha saltado uno, le reiteré… Se ha saltado dos. Miró para atrás y comprobó que a cada lado de la calle hay una señal de triángulo invertido. Ya, me contestó, y qué…
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Hasta el código de la circulación se entiende en clave ideológica, es decir, irracional y solo si favorece exonerar de los propios errores y culpar a los demás. Así nos va.
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