Sin duda, hay que reconocer que el actual ministro de Transportes y otras cosas (todas en el mejor periodo de la historia, no sé si ... sólo de España o de la Humanidad), Óscar Puente, le cogió el aire desde el principio al aparcero de La Moncloa. Es verdad que partía con varios cuerpos de ventaja en esa carrera respecto de muchas otras personas, pues ambos comparten rasgos comunes en sus patobiografías. Cuando el juego anda entre parecidos es fácil, más de lo habitual, que se entiendan por señas inescrutables para el resto a la hora de ganar la partida.
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Dentro de los habituales descarrilamientos verbales que sufre quien fuera alcalde de Valladolid (supongo que del mejor periodo de la historia de la ciudad), puestos en escena con finura de vocablos, vocalización de tierna transparencia y agudeza de ingenio, alude Puente al glorioso periodo que atraviesa el transporte por ferrocarril en España, o lo que el progresismo llama nación de naciones, territorio por el que transita el tren de trenes. Los retrasos y suspensiones hemos de entender que es –son- la excepción de excepciones que confirma el histórico momento del maquinista Puente, siempre atento a echar más carbón a la escena política, pues, hay que ser comprensivos, quien sabe con seguridad que nunca destacará por la brillantez intelectual suele compensarlo con sobresalir en la bronca.
Una de sus últimas ocurrencias/ladridos, muy en la línea Urtasun, de animalismo cognitivo, sitúa a Valladolid en su periodo histórico de mayor abandono. Ni epidemias, como la de la peste en el siglo XVI, ni pandemias, ni guerras, ni desastres… La causa, es evidente, se llama Carnero. Puente, que ya tiene una edad, debería aprender a camuflar sus frustraciones, a disimularlas, e incluso a encauzarlas de modo positivo. Como propuesta, por si le ayuda, podría decirse a sí mismo: si fuera yo el alcalde y no Carnero, quizá ahora no sería ministro.
El problema, el verdadero, es que España atraviesa, por personajes como Puente, sometidos al caudillismo de líderes autócratas, el peor periodo de su democracia y, muy seguramente, uno de los peores de su Historia. La capacidad, inmune e impune, con la que se ha dotado a sí mismo Sánchez para hacer y deshacer, colonizar y desahuciar, instituciones del Estado, es la medida del riesgo, ya consumado en parte, de agrietamiento social, económico y político. Obra que necesita peones como Puente, serviles con su Señor y agresivos con la libertad.
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