Cuando cambia el Gobierno
«No se puede negar que esta remodelación tiene aún mucha cara oculta, mucha trastienda, que acaso el tiempo y los acontecimientos terminen de aclarar, o no se aclaren nunca»
Los cambios en la composición de un Gobierno, de cualquier Gobierno, siempre fueron motivo de atención. Se veían venir, se hacían quinielas de ministros entrantes ... y salientes, se analizaban los motivos, se aventuraban pronósticos. Para la opinión pública en general y para los medios de comunicación en particular, el escenario de los cambios en el Gobierno era una ocasión especialmente propicia para comentar y deducir, para hacer alarde de buena información, o para manifestarse prudentemente expectante. Luego, a toro pasado, salían a la luz las actitudes más diversas: el sinceramente sorprendido, el que presume de que ya lo sabía, el que pretende introducir en el análisis algún aspecto que ningún otro había percibido. A posteriori, como es obvio, de lo que se trata es de descubrir las causas y los motivos, de valorar el alcance y las consecuencias, de escudriñar las reacciones, de interpretar los gestos.
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Pues si esto era lo habitual, no tengo yo nada claro que la remodelación del Gobierno que tuvo lugar a lo largo de la mañana del sábado 10 de julio del año en curso, responda a las características tipológicas descritas. Ciertamente, ha sido una remodelación bastante especial. Así que tal vez convenga distinguir el nivel que podemos considerar más anecdótico, pero muy revelador, de los cambios, y el otro, el más profundo, que es el del significado político de lo ocurrido.
En ese primer nivel llama la atención la poca previsibilidad anticipada, vista luego la dimensión de los cambios, y es bien curioso que la mayor parte de las interpretaciones no se hayan deducido del 'ambiente previo', sino de las reacciones posteriores de los propios afectados, porque también es comprensible que estas decisiones de quitar y poner tienen una inevitable dimensión personal. Lo que ocurrió, en definitiva, es que, sin que hubiera certeza respecto de cuándo se produciría una remodelación que se veía venir, ni de su alcance, todo se desencadenó y se concluyó en la mañana de un sábado trepidante, lleno de sorpresas y de imprevistos. Casos ha habido en que remodelaciones de Gobiernos muy limitadas terminaron teniendo mayor dimensión, porque determinados movimientos provocaban otros, aparecían condicionamientos o incompatibilidades sobre la marcha, deseos de predominancia que no se podían satisfacer sin generar agravios, etc., y todo ello iba superando las previsiones iniciales.
El factor humano, tan influyente en tantas cosas, también influye en esto, y a la vista está que también esta vez ha habido mucho de factor humano, con el añadido del factor político. Un cese determina otro para que no entienda que el cese de uno y la permanencia de otro es un triunfo de éste o una ruptura de algún equilibrio en su favor; hay ceses que solo se explican como avisos de futuro, dirigidos a otros destinatarios; otros ceses buscan diluir el efecto de una determinada decisión personificada en el cesado; otros, en fin, tienen más que ver con la intriga, o la rivalidad, o simplemente con el desgaste. A cada variante se le podría poner un nombre, con ciertos visos de acierto, y así se podrán entender los cambios en Exteriores, en Cultura, en Educación, en Ciencia, incluso en la Vicepresidencia primera; pero quizá ni aun así resultaría fácil entender lo que ha sido más sorpresivo, léase los cambios en Justicia, moviendo nada menos que la Presidencia del Senado, en Fomento, afectando a quien parecía un pilar fundamental en la estructura, o en el Gabinete de la Presidencia, sacando de la escena a alguien que había llegado a acumular un poder sin precedentes. Algunas cosas dichas después, en la llegada o en la despedida, algunos gestos y algunas reacciones, más o menos medidas, tienen su significado y sugieren alguna explicación. Pero no se puede negar que esta remodelación tiene aún mucha cara oculta, mucha trastienda, que acaso el tiempo y los acontecimientos terminen de aclarar, o no se aclaren nunca; por el momento, y en lo que me da la memoria, probablemente sea éste el cambio de Gobierno en toda la etapa democrática con más cosas pendientes de saber y de entender, el menos explícito en cuanto a las verdaderas razones de fondo.
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La otra dimensión del cambio tiene más significado político. Y también aquí hay aspectos más o menos visibles. Que se ha pretendido poner en el primer plano la expectativa de la recuperación económica, incluso por encima de algunos factores (territoriales, ideológicas, sanitarios, internacionales) que se podían entender como fuente de desgaste, parece evidente y es razonable que así sea en términos políticos, puesto que esa va a ser la orientación de la mitad que queda de la legislatura.
Pero no se pueden menospreciar otros motivos de análisis, de los que apunto tres que me parecen significativos, aunque en grado desigual. El primero, más simple, que ha sido reiteradamente comentado: si hubiera sido oportuno combinar la remodelación del Gobierno con una reducción de su tamaño, buscando el efecto positivo que esto hubiera añadido a la proporción de género en su composición, elemento éste de especial importancia. En segundo lugar, causa de cierta extrañeza ha sido que los cambios hayan afectado en exclusiva a la parte del Gobierno vinculada al PSOE y haya quedado exenta la parte asignada a Podemos. Que esta parte hubiera sido ya remodelada recientemente, o que la diferencia obedezca a las reglas no escritas de un Gobierno de coalición, puede valer como explicación. Pero la sensación de que eso mismo proyecte la imagen de dos Gobiernos yuxtapuestos, y de que el Presidente no lo es de todo el Gobierno por igual, ni disponga por igual de sus componentes, también tiene su peligro, siendo así que en esa cuota había a priori candidatos muy señalados para el relevo.
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Y, por fin, lo que atañe al propio alcance de la remodelación. Ha afectado de lleno al núcleo duro del Gobierno anterior y, cuando esto ocurre, no puede eludirse la impresión de la marejada ni del cambio de rumbo. Se venía diciendo que había que atajar el desgaste que se apreciaba ya con insistencia; si la dimensión de los cambios está en proporción con los riesgos percibidos, hay que pensar que el volumen del deterioro político empezaba a ser considerable y que las expectativas estaban afectadas con certeza. A alguien he oído estos días glosar lo que parece un juego de palabras: detrás de una crisis de Gobierno lo que puede haber es un Gobierno en crisis. La expresión 'crisis de Gobierno' tiene un significado más neutral: designa simplemente el episodio de los cambios en la composición, mediante ceses y nombramientos. La otra tiene más calado; lo que hace es valorar negativamente una situación política, aunque no se percibiera con nitidez la dimensión exacta de esa crisis.
Así que habrá que dar un poco de tiempo al tiempo para ir comprobando la nueva orientación. De momento les dejo tranquilos hasta que pase el calor. ¡Salud y cuídense!
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