José Ibarrola

La batalla del relato

Crónica del manicomio ·

«Lo importante es construir una fábula que resulte convincente y creíble. Para ello no necesita ser objetiva ni adecuarse a las garantías historiográficas»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 25 de febrero 2022, 00:04

Hasta no hace mucho, la opinión pública se construía a base de juicios, valoraciones e interpretaciones que íbamos casando poco a poco en nuestro interior. ... Más tarde, sin perder de vista los copos de opinión con que contábamos, se empezó a dar más importancia al argumentario que a la ideación. La opinión suelta o aislada dejó de ganar terreno en la conciencia si no se le engrosaba con una explicación. Sin esa carcasa las ideas se mostraban insuficientes para sostener con criterio vigoroso y proporcionado nuestras insatisfechas ansias de convicción.

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Sin embargo, la multiplicación de los argumentos, salidos en tromba de las redes, convertidas en granjas de engorde de la verdad, tampoco nos ha bastado. El derroche verbal e imaginario de las plataformas digitales ha tejido, por simple acumulación, una tela semántica que inhabilita enseguida los argumentos y los anula bajo un diluvio de contradicciones que fluctúan en cualquier dirección. Para recuperar su antiguo prestigio, hoy las opiniones necesitan presentarse más vestidas y mejor alimentadas. Necesitan un relato que les dé vida y energía, que les reboce suficientemente con lo que, muy literariamente, se ha llamado una narrativa. Las opiniones se han vuelto tan fútiles y ligeras que solicitan un vehículo más pesado donde instalarse para ganar sensatez y consistencia.

El argumento por sí solo ya no es útil si no se legitima con una historia audaz y bien tramada. Hoy la batalla se libra en el campo del relato. Lo importante es construir una fábula que resulte convincente y creíble. Para ello no necesita ser objetiva ni adecuarse a las garantías historiográficas. Dados los efectos que busca, no requiere ser cierta y se contenta con un guion verosímil. Le basta con ser admisible y acertar mínimamente con los deseos de verdad de la gente, que suelen ser escasos.

Y, por encima de todo, es imprescindible que aproveche con acierto la inclinación general al autoengaño. Las personas, en su mayoría, confrontadas a la agreste fiereza de realidad, preferimos mentirnos y que nos mientan. Al menos en cierto grado desafortunado. El relato que triunfa proviene de quien mejor nos ha sabido mentir, que no es en absoluto quien construye la historia más linda y mejor trenzada, sino quien adivina nuestra mentira y le saca buen partido de inmediato.

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Sin embargo, la falsedad de su origen y sus espurias intenciones empujan el relato a la superficie. Allí, en el exterior, perdido el lastre literario que le proporcionaba profundidad, necesita iluminarse de nuevo con los fuegos artificiales y los colorines de las redes, sin las cuales de nuevo se desvanece. El relato actual, pese a su mayor amplitud, es una piel frágil que solo se sostiene a costa de grabarse tatuajes, hacerse cortes y revestirse del estraperlo de videos, clips e imágenes de color.

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