El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia este miércoles ante el pleno del Congreso. Chema Moya / EFE

El baile de san Vito de Sánchez

Solo ha faltado que al presidente del Gobierno le pusieran una manzana en la boca y repartieran servilletas en el Congreso

Viernes, 1 de abril 2022, 00:02

Contaba Umbral en uno de sus libros, esos que apenas nadie leía, bien porque todo el mundo sabía ya quién era Umbral –el que había ... ido a hablar de su libro, o porque lo habían leído a vuela pluma en los periódicos–, bueno, pues decía Umbral que en aquel Madrid en el que desembarcó como un joven malvado, todo el rato se estaban organizando banquetes y homenajes en honor de alguien –un académico hueco, un ateneísta anémico– y que, naturalmente, la iniciativa siempre partía del homenajeado. Eran los tiempos oscuros en los que la política no necesitaba de homenajes porque el homenaje político, aunque soterrado, era permanente y tenía afán de eternidad.

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Con la democracia, y más aún con esta democracia multipartidista y algo descoyuntada de hoy, tan distinta a la bipartidista, el banquete se hace necesario a cada paso. Y ha de ser sonoro, para que las redes sociales, los telediarios y los tertulianos se hagan eco del acierto del político y se alaben los hechos del buen samaritano con acta de diputado o butaca ministerial. Son banquetes sin otro menú que el del aplauso, el bombo. Banquetes frugales que el contrario se encarga de sabotear haciendo del sabotaje un homenaje a sí mismo, un antibanquete que se transforma en banquete propio. Una especie de canibalismo virtual que convierte al político en antropófago.

En estos días hemos visto cómo, después de su gira europea, Pedro Sánchez regresó esperando recibir un homenaje y casi lo acaban devorando en el Congreso. La isla ibérica que nos aliviará momentáneamente la factura energética ha sido tomada a chanza por la oposición, que ve en esa maniobra un regate inesperado, un logro del contario que hay que atajar con ácido sulfúrico. Aunque para azufre, el Sáhara. Eso sí que ha sido un banquete. Solo ha faltado que le pusieran a Sánchez una manzana en la boca y repartieran servilletas por el hemiciclo, igual que en el pasado las muchachas guays del PSOE repartían el póntelo pónselo.

El presidente se defendía echando mano de Rajoy y alegando que él no ha cambiado de postura. Los demás –todos, incluso muchos socialistas enmudecidos por la disciplina– negaban ese inmovilismo y tiraban de una hemeroteca que convertía la inmovilidad de Sánchez en baile de San Vito. Poco importaba que la nueva postura del presidente coincidiera con la tradicional del PP. Donde él diga blanco hay que decir negro. Y poco importa si ese automatismo –que es recíproco– genera descreímiento en la ciudanía y alienta los populismos que no creen en la política tradicional. Más que de los intereses de la ciudadanía, de lo único que sus señorías quieren hablar es de su libro.

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