J. C. Castillo

Así arde la belleza de un mundo

«La mejor manera de salvaguardar estos tesoros ecológicos no es dictando resoluciones en que se prohíba el laboreo con maquinaria susceptible de provocar chispas o explosiones; sino favorecer la dedicación a su mantenimiento»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 23 de julio 2022, 00:29

Calor infernal. Castilla y León en llamas. Fuegos que corren, como caballos desatados por la fatalidad del rayo o las tormentas, sobre tierras de Segovia, ... Salamanca, Zamora… Lugares únicos, como la Sierra de la Culebra -hogar del lobo ibérico-, Candelario, Navafría. Y, en Ávila, Navalonguilla o, en Villafranca del Bierzo, Paradaseca. El incendio entró en Las Batuecas, a donde -según las leyendas- no arribaba casi nadie, si no eran los refugiados de todas las guerras y los reinos perdidos. Tierra de ensoñación en que ausentarse del mundo y asilvestrarse -al igual que animales sin ley-, como se contaba en ciertas historias que habría ocurrido con los descendientes de las huestes visigodas del desgraciado rey Don Rodrigo; o un refugio al que escapar, como se decía que hicieron dos amantes contrariados dejando atrás la corte de los duques en Alba de Tormes.

Publicidad

Se quejan los brigadistas -que luchan 'a brazo partido' contra el fuego- de la precariedad de sus trabajos (además de escasa paga), así como del carácter temporal de los mismos o los horarios interminables. Se lamentan -también- los habitantes de muchas áreas afectadas de que es difícil efectuar cualquier poda o labor por las trabas administrativas. Y, sin embargo, desde la administración se echa -al menos parcialmente- la culpa de la catástrofe al descuido de los montes privados, no siendo tampoco irrelevante la desidia en los públicos. Porque, si bien en los últimos meses gran parte del globo parecía estar ardiendo, dentro de España es Castilla y León, y en especial su zona noroeste, la región más perjudicada -cosa que, probablemente, no representa un detalle casual-. Ya que las campañas contra los incendios se articulan en este país, tal como sucede en nuestra Comunidad Autónoma, de forma tardía y con un ahorro injustificado en medios, concentrando en un periodo concreto de tiempo los esfuerzos anuales. Lo cual constituye un error bastante extendido, puesto que los fuegos no se producen -tan sólo- en una época determinada del año, aunque abunden más en verano, habiéndose ampliado, por otro lado, considerablemente la franja de riesgo a causa de los preocupantes efectos del cambio climático.

Hay que detener los desmanes que se cometen contra la riqueza natural; impedir los abusos y regular las prácticas de la agricultura o el pastoreo; pero asumiendo que -igualmente- comporta un peligro la orientación sin medida hacia un conservacionismo a ultranza que puede convertirse en pretexto para un disimulado desamparo. Y todo ello traducirse en la configuración de grandes espacios -como son los de algunos parques naturales- dejados de la mano del hombre (si no de Dios). Pues allí donde la gente de esas reservas se vio obligada a dejar de desarrollar las actividades que solía llevar a cabo, se han conformado grandes masas de vegetación -en no pocas ocasiones semiabandonadas- que fácilmente llegan a arder. Y es que la mejor manera de salvaguardar estos tesoros ecológicos -y asegurar su sostenibilidad- no es dictando resoluciones en que se prohíba (siquiera provisionalmente como ahora se ha hecho) el laboreo con maquinaria susceptible de provocar chispas o explosiones; sino favorecer la dedicación a su mantenimiento por quienes viven en tal entorno.

Belleza salvaje cercada por el desastre. Gentes trasladadas desde sus localidades a zonas menos peligrosas, ganados despavoridos y puestos a seguro, animales huyendo por los montes… Flamígeros jinetes del apocalipsis aniquilando hermosísimos escenarios. ¿El fin del paraíso? Muerte y destrucción. Ángeles con una guadaña encendida arrasando los paisajes más bellos que el olvido guardaba del orbe conocido. Siluetas de casas en ruinas ante un telón rojo como la carne desgarrada de un dios moribundo. Humo que ofusca la vista y oscurece el mañana de tantos pueblos -hasta hace unos días- serenos y gozosos. Vientos de furia que expanden la locura y el terror a través de veredas o campos. Vidas desalojadas de su ámbito habitual; horizontes de pesadilla amenazados por demoníacas sombras; imágenes propias de una pintura del visionario Jerónimo Bosco. Rabia apenas contenida. Miedo y desconcierto.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad