Quizá usted, ingenuo, piense que aún queda mucho, que se me ha ido la chaveta o que el kiosquero o la web le han colado ... un periódico atrasado. «Feliz primavera», habrá leído. Y seguro que ha pensado, después de una décima de segundo de duda, «pero este es/está –o ambas cosas– gilipollas». Que un poco sí, pero eso es por el estrés, de verdad, que antes uno era normal, lo juro. Pero si le deseo feliz primavera con lo que parece mucha antelación es porque no quiero que se me pase, y al vértigo que va la vida puede que hoy sea domingo y a la vuelta de un pispás estemos ya comiendo uvas justo un minutillo antes de que sea, qué sé yo, 15 de febrero.
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Hace semanas que veo turrones y polvorones en cada supermercado. Luces de Navidad, incluso las de ese modelo de luces-suicidas que atacan a viandantes, una novedad este año. ¡Roscones de Reyes! Y ahora el dichoso 'blácfráiday', que hay que comprar ya todos los regalos navideños tecnológicos para que no te pille el toro y te veas en plena 'Cabalgaza', que ya tiene fecha, corre que te corre a por los regalos. O a por ese décimo de lotería que juegas todos los años en el bar de abajo y que esta vez se ha agotado antes de que se celebraran las fiestas de la Virgen de San Lorenzo.
Esta costumbre de apretar el acelerador del calendario para que vuelen las hojas sin sentido consigue que las estaciones se nos apelotonen, que los eventos anuales que esperamos con anhelo, sea la Semana Santa, Pingüinos o el ascenso/descenso del Real Valladolid, aparezcan de pronto cuando aún casi no hemos degustado el anterior. Y tanto atracón acaba por repetirte y provoca un ardorcillo de estómago, así como una angustia vital tonta en las tripas, por falta de tiempo para vivir. Lo dicho: ¡Buen verano!
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