Más allá del deseo y sus naufragios
Ahora, como en otros periodos de la historia, el deseo contribuye a explorar territorios aún ignotos de conexión y conocimiento, puesto que siempre linda o negocia con la libertad y con las normas
La acertada puesta en escena por el grupo Guirigai del 'Libro de buen amor', que tuvimos ocasión de ver en el teatro Carrión de Valladolid ... en el pasado mes, hacía repensar -en su impecable dramatización de una obra de hace siglos- que el deseo cambia con las épocas; igual o más que cualquier otro aspecto cultural. Aunque nunca cese. Y no hablemos ya de la relación entre deseo y amor, ese invento que –tal como lo conocemos, hoy, en Occidente– tanto debería a las artimañas estratégicas de unos trovadores más bien pervertidos para acercarse a damas que les estaban vedadas; o a las seductoras historias de juglares cazurros y goliardescos clérigos como el Arcipreste.
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Un reportaje publicado recientemente en el sabatino suplemento de este periódico nos recordaba cómo también el deseo –entre otras tantas cosas– habría empezado a desperezarse tras el obligado letargo de la pandemia. Según dicha publicación, el redescubrimiento de la sexualidad propia durante este eremitismo impuesto habría abierto el espacio del placer a determinadas prácticas vistas durante mucho tiempo como prohibidas. Y las últimas tendencias de moda con sus guiños a un imaginario de látex, cuero y corpiños estarían funcionando –también– como referencias explícitas al ámbito del sadomasoquismo o la dominación.
Ahora, como en otros periodos de la historia, el deseo contribuye a explorar territorios aún ignotos de conexión y conocimiento, puesto que siempre linda o negocia con la libertad y con las normas. Encabeza, así, los ensayos –no tan novedosos pero cada vez más habituales entre ciertos sectores sociales– de relaciones múltiples y consensuadamente libres; o el empoderamiento femenino en el universo del erotismo, tan –generalmente– delimitado y regido por varones.
Esta evolución de un deseo que –como muchos otros campos de lo humano– ha sufrido en las postreras décadas no pocos sobresaltos y naufragios, parece alejarnos de una etapa aún muy presente en que pretendimos vivir el sexo, el amor y la libertad como partes de un mismo todo: como una forma total de acceder a la revolución individual y colectiva. Una idea o mejor una aspiración tampoco original, sino heredera directa de un romanticismo que, tanto en su doble carácter (de socialmente retrógrado y subversivo), como en su acercamiento a las pasiones amorosas, no acabó en el tiempo o fase que se le supone; sino que se reavivó con especial fuerza en algunas corrientes juveniles de los años setenta y ochenta. Lo hizo en su fascinación por lo irracional y las sustancias psicotrópicas; de idéntica manera a como lo haría en una paradójica aproximación a la figura de la mujer: mitificándola como diosa y amante, pero sojuzgándola a menudo como trabajadora mal pagada o sumisa esposa.
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Decía el reportaje ya mencionado, que –en estos momentos en que la pesadilla pandémica presenta signos de retirarse– «el placer se ha convertido en el mejor aliado para recuperar una libertad si no perdida, añorada». Y, a pesar de que el poliamor o las muchas y nuevas vías con que buscar el deseo apuntan en esa dirección, habrá que reconocer la existencia de no menos indicios de lo contrario: códigos tácitos de lo que se puede hacer o decir y lo que no, mediatizando nuestras relaciones interpersonales; controles de todo tipo respecto a cómo, con quién y de qué modo realizar el sexo; unos condicionamientos respecto a los contextos en que se puede mostrar la desnudez que nos retrotraen –directamente– a edades pretéritas; autocensuras y cortapisas para ejercer no sólo el amor sino el humor locos en la esfera pública, si tocan los límites de la sexualidad permitida. ¿Desenfreno o puritanismo? ¿Relajamiento o excesivo control? ¿Libertad absoluta o aparente? ¿Sexualidad revolucionaria o más tutelada que nunca?
Es, sin duda, una época extraña ésta en que vivimos. Un tiempo de contrastes insoportables; de abismales diferencias económicas; de guerras y enorme convulsión; de destrucción y reconstrucciones, en que todo pasa demasiado rápido. Y en que el deseo ha huido por fin, sí, de la cárcel de los confinamientos literales o virtuales; pero no sabemos todavía exactamente a dónde.
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