No quiero ser como Beckham
«Seamos honestos: Beckham era un deportista de un talento natural forjado en la persistencia y el esfuerzo. Hubo un momento en el que las cualidades y los años no dieron para más, pero ya había florecido otro campo»
Ustedes no lo recuerdan —porque vivimos en la inmediatez, en lo último— pero le he copiado el título a un film british de reparto indio ... que tuvo cierta repercusión hace alrededor de veinte años. ¿Por qué? Pretendo traer a la primera línea de interés, y por encima de disquisiciones de papel cuché, que David Beckham era un extraordinario jugador de fútbol, uno que acariciaba el balón como si su pie derecho estuviera forrado de satén. El problema, para los de miras cortas, fue que las telas de valor, los focos y las portadas de Vogue lo rodearon hasta constreñir como una boa de esas que aprietan esperando la asfixia. Algunos se preguntarán —ay, canallitas, que os veo venir— si la serpiente de marras tenía nombre. Otros dirán que el chaval tuvo la desgracia de fichar por el Real Madrid con el proyecto deportivo más difuso e histriónico de la historia: «juntemos a los mejores del mundo y ganaremos siempre». Cuando uno se olvida de comenzar la casa por los cimientos (no me negarán que tiene gracia hablando de Florentino), lo más probable es que el desván acabe cayendo encima de la cocina. Algo así fue lo que ocurrió, por si vivían en una cueva en 2003. Imaginen que tienen el dinero suficiente para fichar a Mbappe, Haaland, Messi, Bellingham y Kane. Daría miedo… entrenarlos, porque habría más que tortas para adivinar quién juega en cada posición. Pues así vivían en el Bernabéu de aquellas y de esa guisa les salió el tiro: trincaron el triple de parné, pero no se comieron ni un colín.
Publicidad
Por compensar, los hay que se obstinan con que tuvo la desgracia de casarse con una diva egocéntrica y manipuladora, una suerte de Cruella de Vil que caminaba por encima del populacho con tacones de aguja y unos guantes para evitar el contacto con lo vulgar. En las Spice Girls, Victoria era la pija, teniendo en cuenta el peso que esto puede tener en un entorno caracterizado, habitualmente, por lo excesivo y la horterada más propia del acervo inglés.
Victoria, además, era la menos dotada para el tema del cante. Pero hete aquí que, curiosamente, veía el horizonte mucho más claro y tenía un plan. Uno que se fue gestando durante una relación infestada de obstáculos, vaivenes y garrapatas con forma amarillista. Uno que se convirtió en una montaña con falda de deportista y cumbre de icono cultural. Uno que se llamaba David Beckham.
No sé. Dentro del sesgo superficial y de autobombo que emana el reciente documental, yo creo que se quieren a morir, llámenme iluso que no me ofendo. Y sospecho, preparen las piedras de la lapidación, que ella ha asumido su rol de poli malo en pos de su empresa, Beckham S.A. Veintitantos años llevan juntos. No está mal para, como muchos aseguran, ser una mentira y ella un ser despreciable (¿cabría aquí lo de ponerle nombre al reptil?).
Publicidad
Seamos honestos: Beckham era un deportista de un talento natural forjado en la persistencia y el esfuerzo. Hubo un momento en el que las cualidades y los años no dieron para más, pero ya había florecido otro campo –mucho, había dado más sandías que el huerto del tío Eugenio– para el que no era necesario combar el balón de aquella manera excelsa y colocarlo, con precisión, en la cabeza deseada. Ya daba igual. Y ella, la que no cantaba una triste línea sola en Wannabe, casi tres décadas después sigue en la primera página de Google. Mientras, sus compañeras se debaten entre la retirada y disfrutar de sus bien ganados millones o aparecer en eventos en contadas ocasiones para que el mundo recuerde que aún no han muerto. Maja puede que no, pero lista es un rato.
Aquí la cuestión, y de eso van los cuatro capítulos del reportaje, es si el ídolo de Manchester hizo, cual Fausto, un pacto con el diablo por el que, una vez terminados los tiempos de juventud, mantendría belleza, interés y poder para hacer que determinados mundos siguieran girando en su mano cuando fuera menester. A cambio, el resto de su existencia la pasaría a merced de una variedad de demonio con forma de mujer morena y sonrisa inexistente. Y, por lo visto, Beckham firmó el contrato.
Publicidad
Puede ser que me debata entre los millones, la fama, la gloria, la familia, el acoso sensacionalista de un tipo de prensa y que te importe un huevo de oca que cinco mil millones de personas juren que la que lleva los pantalones en casa sea tu mujer. Pero veo a David y me cae bien. Si supiera jugar al mus lo llevaría al As de copas y montaría una timba tras haber pasado por las chuletillas del Caballo de Troya. Victoria miraría con desdén las tiendas de la calle Santiago mientras lleva en la mano un batido de lechuga con cúrcuma y nos despediríamos enfrente del Roxy al borde de un todoterreno que les acercaría rapidito a Villanubla. También les digo que nunca quise ser como él; quizá como Fonseca, como Arconada… Incluso como Peternac. Pero este pavo ha pasado lo suyo. No, que disfrute lo ganado. Además, qué bobadas digo. Seguro que no le puedes sacar del bridge, y por ahí sí que no paso.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión