Luces navideñas en la calle Santiago. A. Mingueza
Míster Cipriano

Todo empieza con el árbol

«Puede usted, como buen Grinch, alojarse en el topicazo del consumismo, el exceso, la superficialidad o la falsa moneda. Elija y acepte lo que conlleva su cruz. Yo me ato a la luz y lo que supone»

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 7 de diciembre 2023, 00:22

Bienvenidos. Comienza diciembre y da igual que usted tenga número en el club de los cenizos o se pase rezongando treinta días como si fuera ... un vulgar exministro de Podemos al que le han quitado su caramelito sabor a casta. La Navidad va a llegar pese a que se ponga en huelga de sonrisas y buen ánimo. Así que, hágalo fácil. Déjese llevar, que pasará pronto.

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Si, por el contrario, comparte gusto conmigo y cree que comienza la época más maravillosa del año, mejor que mejor. Poco les puedo decir para persuadir a los no conversos. Básicamente, porque esto no es una obligación, como la que propone el gobierno haciéndonos ver que el cava catalán es necesario en nuestra cesta y que quince mil millones son calderilla. Mantengo una tesis desde hace tiempo y no me bajo del burro: la vida está llena de sinsabores, pérdidas, disgustos y complicaciones. Y tener unos días para felicitarnos la existencia –por decir algo–, para hablar con los vecinos en el ascensor en vez de huir precipitadamente, para saludar a aquellos que no ves desde el año anterior en el Bowie y que te chocan (desastrosamente) la copa intentando no perder el equilibrio, es una excusa maravillosa para mostrar que no somos neandertales agresivos pendientes, en exclusiva, de nuestra cueva particular (que es lo que volveremos a parecer allá por el diez de enero).

Les voy a contar varios secretos referidos a esta temporada festiva y que pueden provocar un escalofrío positivo en su estremecedor carácter de catador de limones. Es sencillísimo generar sonrisas en sus semejantes. Prueben. Manden una puñetera tarjeta navideña y saquen lo mejor de su prosa, aunque se limite a un escaso «te deseo que pases unos buenos días». Quien lo reciba hallará la sorpresa en un buzón al que únicamente llegan facturas y publicidad, abrirá el sobre cuestionado por el remitente y celebrará su sincera misiva. Tres en uno, queridos lectores. Y apuesto el huevo hilado de la cena de Nochebuena a que obtendrá de vuelta, al menos, un mensaje similar.

Y es que en estos días se exterioriza el amor, el cariño, el aprecio o la simple cercanía. Puede usted, como buen Grinch, alojarse en el topicazo del consumismo, el exceso, la superficialidad o la falsa moneda. Elija y acepte lo que conlleva su cruz. Yo me ato a la luz y lo que supone. Es verdad que, como creyente, tengo fácil la coartada. Pero tampoco me ciño al Adeste fideles. Bublé y Sinatra son mis pastores durante este mes. Hasta tarareo aquella horterada tan cuqui que hicieron Wham. Y si me muestro un poco hereje apreciando la magia en cualquier rincón, o incluso en la iluminación municipal, qué quieren que les diga: es lo que hay. Escuchen: da igual quién obre los milagros. Lo importante es que ocurran. Y en estos momentos, hay alguien que en quince días les dará un abrazo sincero y cuyo número de teléfono está enterrado en la montaña de wasaps insulsos que, en breve, tendrá sin abrir.

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La Navidad, esa que nos llevan metiendo con calzador en publicidad desde hace semanas, es un niño abriendo los ojos con asombro ante todo lo que ocurre a su alrededor. Y también somos nosotros, que ya no vamos de cotillón, mirando a ese chaval y recordando que solíamos hacer lo mismo, pero que un día decidimos disfrazarnos de persona mayor con prisa, elegimos quejarnos de la jefa, los compañeros y de lo poco que cobramos en vez de ser gente con quien dé gusto tomarse un café en el Oxford tras comprar, con ilusión, varios regalos.

Por lo tanto, si necesitan que se lo digan, lo haré: imaginen que son ustedes el bíblico Lázaro. Sombríos e inertes. Pues venga, levántense, caminen y pónganse al lío. Todo empieza con el árbol, y toca este fin de semana.

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