Apagando velas
«Llevo cuarenta temporadas pensando que el Real Valladolid terminará ganando, así que, en mi optimismo, mantengo que esto de cumplir años y ya no estar para parques de bolas en ningún caso es tan horrible»
Cantaba hace tiempo Sabina con Rosendo que a sus cuarenta y pocos tacos (ya ves tú) igual seguía de flaco y de calavera. Me asomo ... a esta tribuna al borde de cumplir cuarenta y todos –mañana– y acepto que la etapa canallita me abandonó años atrás en pos de una nueva cultura vespertina y sosegada (con momentos, para qué negarlo). De flaco, pues como siempre: soy de hueso grande, que decía aquel, pero no tanto como coetáneos que calzan de cintura la línea del ecuador.
Publicidad
Veo de lejos (mucho, lejísimos) un cinco en las decenas y me acuerdo, también, de una de Summers y compañía que decía «Chico, tienes que cuidarte, ¿cuánto crees que durarás así?». Menuda presión, David. Pues tampoco me he castigado tantísimo. Un tequila (un par) ocasional por su sitio y las protocolarias noches de bohemia e ilusión. El caso es que, aunque por dentro crea que daría la talla parando balones en Huerta del Rey, lo de hacerse mayor es una realidad que llega, se asienta y se debe tomar como todo lo que de verdad afecta en esta vida nuestra: ni muy en serio, ni a broma en su totalidad. Decía Nora Ephron que no le gustaba su cuello desde que había pasado de adulta a madura. A mi me valdría con tener flequillo, soy de buen conformar. Pero es lo que hay. Asumo y digiero, como Resines en Los Serrano. Y si usted lee periódicos, es posible que también ponga sus barbas a remojar. Hay gente tan negativa como Rufián en el Congreso que se resiste, quirúrgicamente, a lo que llaman decrepitud. Yo llevo cuarenta temporadas pensando durante noventa minutos que el Real Valladolid terminará ganando, así que, en mi optimismo, mantengo que esto de cumplir años y ya no estar para parques de bolas en ningún caso es tan horrible. A partir de ahí, he pergeñado una suerte de decálogo para neutralizar cada achaque, que una cosa es conservar la esperanza y otra tener claro que no somos Dorian Grey y mucho menos Brad Pitt, por mucho que, como él, hayamos hecho nuestros pinitos por la ciudad del Pisuerga.
Lo primero: los cumpleaños se celebran. Sí o sí. Se va usted a un concierto de Love of Lesbian, como mi amiga MªJosé y sus colegas «cuentañeras», o se pega una fiesta con menos posibles que la de Leonor pero igual de sentida. Si duda, sea consciente de que cada ocasión perdida implica menos oportunidades de juntarse con sus amigos y brindar por uno más, que dirían Mecano. Tic, tac.
Segundo: si tiene espejos en casa, verá que es una versión 4.0 de su propia foto de la graduación. La mía amarillea. ¿Que cómo me enfrento al bajonazo? No me escondo. Uso crema para las patas de gallo y las arruguillas de mi frente prominente. «Estás igual, Alfonso», me dijeron antes de ayer. No estoy ni parecido, bonita, pero gracias por mentir a un pobre columnista de forma tan agradable. Sólo me empeño en que el reloj que cada uno llevamos incrustado en el interior avance sin prisa. Porque, ¿saben qué? Hay que seguir siendo (un poco) presumido.
Publicidad
Tercero: voy semanalmente a pilates; me desloman durante una hora y, gracias a eso, he conseguido evitar mi visita trimestral al fisio y tener unos brazos presentables, sin colgajos cerca del sobaco (un amiguete los llama «flépetes». No me digan que no es un nombre bestial para un sobrante de piel flácida).
Más: me pirro por las visitas a Habanero Taquería o los desayunos pantagruélicos en El Paquidermo, pero, a diario, la ensalada verde y los champiñones son los cimientos de mi iglesia particular. Otra: no sé si hago diez mil pasos, porque no lo miro, pero camino todo lo que puedo e incluso, a veces, sigo de lejos a un grupo de señoras que, enfundadas en mallas poco discretas, emulan a la marchadora María Pérez y queman las calorías de esos necesarios cafés con leche y tostada con los que curan cualquier disgusto. «Marujas», les dicen despectivamente cuando suben sin pausa los repechos de Las Contiendas. Y lo que no entienden es que Maruja y sus colegas van a vivir noventa y cuatro años y tú, el del sofá y la barriga calzoncillera, boqueas como un besugo fuera del agua cuando se te escapa el autobús.
Publicidad
Para acabar, no estaría de más que se pusieran una mascarilla (facial) de tanto en tanto –las que compra mi mujer tienen una pinta horrorosa, pero te dejan la cara como un melocotón de Calanda–. Ya, que no han sido diez consejos. Pero tengo un cartel de Charada en el salón en el que sale Cary Grant y, cuando lo miro, recuerdo lo que decía de tomar un ascensor sólo si es estrictamente necesario. Con esto vale.
Desengáñense. Que yo admiraba a Alfredo Landa, pero no soporto tener pelos en las orejas o las uñas como el becario de Paco de Lucía. Y si hay que hacer unas sentadillas para poder comprar algo a la moda en 50 Yardas y que no me quede prieto como los tornillos de un submarino, bien empleadas estarán.
Publicidad
Cierro y me voy, que mañana toca invitar, gustosamente, a cena y buen vino. Ojalá el destino me regale poder hacer como Sergio Dalma, tener tipín y seguir cantando Galilea aunque tenga más canas que George Clooney. Mi cuñado, el tío, lleva esos grises en las sienes tan bien como Roberto Leal, ¡quién los pillara! Pero claro, él tiene pelazo. ¡A ver esas velas, que voy!
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión