El aire de los parques
«Tiende a verse como un problema que los jardines colectivos y privados requieran excesivo agua y recursos, ignorando todo el necesario bien que estos espacios generan»
El cierre repentino de parques en Madrid o Murcia –y no en el resto de las ciudades– es algo que, durante las últimas semanas, ha ... causado sorpresa y cierto disgusto o queja entre partidos de la oposición y ciudadanos en general. Lo que no debe resultar extraño, ya que las motivaciones que se aducen –por parte de las 'autoridades competentes'– para llevar a cabo tales medidas no parecen del todo persuasivas: la posibilidad de que el propio episodio excepcional de calor o una tormenta produzcan cualquier accidente siempre está ahí; de modo que clausurar –precisamente– las zonas arboladas cuando más necesita la población acudir a ellas se antoja, en estas fechas tan calurosas, una prevención excesiva y discutible.
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En especial, si se tiene en cuenta que algunos expertos en la materia han señalado que las razones por los que el riesgo se ve acrecentado –al punto de prohibir que los parques se puedan frecuentar– residirían en un déficit de cuidado y mantenimiento de los mismos. No en otro motivo. Sin embargo, apenas hace un año que se los cerraba por el temor a las aglomeraciones y su incidencia en las cifras desorbitadas de afectados por covid-19. Tal fue el caso de varias capitales como Sevilla o Valladolid, donde el Ayuntamiento se planteó acordonar –al menos– las zonas verdes susceptibles de ser ocupadas por multitudes que contribuyeran a transmitir la pandemia.
Pero, hoy en día, las causas para los mencionados cierres dan la sensación de hallarse relacionadas, por un lado, con huir de las responsabilidades: 'un curarse en salud' ante hipotéticas desgracias que acaecieran por una conjunción de desafortunadas circunstancias; de otro lado, semejante actitud institucional elude la conveniencia de tener abiertos los parques como 'refugios climáticos' donde la gente busque guarecerse del calor sofocante, lo cual ayudaría a salvar algunas vidas en determinadas ocasiones.
Porque tiende a verse –demasiado a menudo– como un problema que los jardines colectivos y privados requieran excesivo agua y recursos, ignorando todo el necesario bien que estos espacios generan cara a la salud de la ciudadanía. Ya que un parque constituye siempre una garantía de que el aire va a seguir siendo respirable y el mundo más vivible. Pues no sólo el agua importa, ya que el oxígeno es igualmente fuente fundamental de vigor; y de su calidad depende que los seres vivos sean capaces de respirar o existir.
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Mucho se está hablando, en este sentido, de las prohibiciones gubernamentales que –recientemente– atañen a la temperatura que se ha de mantener en establecimientos comerciales, pero menos de otras normativas autonómicas, como las antes comentadas, que también tienen que ver –según se comentó– con la supervivencia o el bienestar en estos tiempos de calores excesivos. Puesto que se diría que unas y otras no hacen sino mirar por el bienestar de los ciudadanos, aunque ambas vengan a dificultar –en realidad– que la gente que lo precisa encuentre esos 'refugios climáticos' o 'islas de frescor' que se han vuelto indispensables, actualmente, en tantas ciudades.
Y, quizá, lo que debería preocuparnos es la normalidad que han adquirido, de la pandemia para acá, las prohibiciones de cualquier clase, hasta tornarse habituales. Cada vez se cuestionan menos estas medidas que alteran aspectos tan cotidianos como trasladarse de uno a otro lugar, utilizar la energía por la que se paga o procurarse una temperatura ambiente que resulte adecuada para no enfermar o fenecer.
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Todo ello se habría convertido en un asunto que trasciende el ámbito individual y aparece regido por las complejas e intrincadas disposiciones de la administración (autonómica, nacional e incluso europea). Por lo que el malestar y la incomprensión ante tanta legislación no bien explicada aumenta sin cesar y pasa a alimentar movimientos negacionistas próximos a la reacción. No hemos podido evitar que nos cobren agua y luz abusivamente; que nos asemos de calor –ahora también– en lo que eran, hasta el momento, entornos refrigerados al alcance de la mayoría como los centros comerciales; pero, por favor, que no nos quiten el aire de los parques.
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