Putin en su inmortalidad
Los órganos humanos pueden trasplantarse y se podrá vivir hasta 150 años. La frase no proviene de una novela de ciencia ficción, sino de Vladimir Putin. El millonario B. Johnson fabrica dispositivos que registran la actividad cerebral
Con el lenguaje arcano digno de un profeta, el presidente ruso Vladimir Putin abrió las puertas de la ciencia misteriosa: a medida que la biotecnología ... rusa avance, –ha vaticinado– en unas décadas se trasplantarán más órganos humanos y las personas serán cada vez más jóvenes, e incluso podrán alcanzar la eternidad. Esta conversación del presidente ruso con el chino Xi Jinping refleja las profecías propias de un cómic distópico, imagen de una sociedad ficticia más soñada que probable. Con su cara tersa y el maquillaje adecuado, Putin muestra satisfacción al dar noticia de sus radiantes guerras letales y espantosas hecatombes; luego descendió con la escasa simpatía que aparenta para distraer a los diecisiete socios de países emergentes reunidos en Pekín, concurrentes limosneros de un concilio autoritario y brillante.
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Sucedió esta semana en una sesión de la cumbre con asistencia de dictaduras lejanas, reunidas en Pekín y Tianjin bajo un férreo liderazgo de China y Rusia entre maoísta y soviético. Sus eminentes líderes autócratas han aprobado sin mover un dedo las declaraciones y los festejos de la reunión, y luego se dieron con mucha simpatía y elegancia el capricho de certificar y soñar la buena nueva: sus 72 años de edad alcanzarán la inmortalidad, y no gracias a la orden dictada democráticamente por el Politburó o el Comité Central, sino con la aplicación de los milagrosos resultados quirúrgicos logrados en sus laboratorios comunistas para dar con una secreta cirugía que alargue la vida. Todo está dispuesto en el quirófano de Frankenstein repleto de cadáveres troceados para dar vida a una masa encefálica que será usada en el trasplante cerebral de los entresijos del alma humana.
El Nuevo Timonel, hoy sigiloso jefe del antiguo imperio de Catay, ha lanzado su 'Iniciativa de Gobernanza Global' para establecer un sistema más justo y equitativo de sus súbditos y avanzar hacia una futura comunidad con prosperidad compartida por toda la humanidad. No hay precepto más concreto por ahora. Así gobierna a su pueblo de más de mil cuatrocientos millones de súbditos el aparente taciturno Xi Jinping, aplicando el código de un antiguo filósofo chino: 'Defiende el Gran Principio y el mundo te seguirá'. Dirige su país desde hace veinticinco años siguiendo los caminos de Mao, y de paso ha hecho de Rusia una colonia china.
El lenguaje internacional de Xi suele ser poético y algo visionario cuando la política exterior de China recuerda al mundo con astucia su lógica numérica, su economía apabullante y su poderío militar. Un micrófono abierto captó el pasado martes una sorprendente conversación entre el presidente chino y el ruso: ambos sueñan lograr la inmortalidad de sus 72 años, delirio humano que no brota del milagro ni del juego malabar, sino de la cirugía de los trasplantes de órganos como medio para prolongar la edad. Putin sugirió que la vida eterna puede ser posible gracias a las innovaciones en biotecnología, y fijó en 150 años la edad media de la clase humana. «Hoy eres un niño a los 70 años», dijo Xi a Putin en el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial. Así le respondido el líder ruso antes de remarcar que las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad: «Las predicciones apuntan a que este siglo se pueda vivir hasta los 150 años», le apuntilló el chino.
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La inmortalidad del ser humano ha sido una ambición y un mito secular desde la edad naciente de las religiones. El primer inmortal de la historia nació de la literatura. Fue el centurión romano Marco Flavio Rufo, un legionario de los ejércitos del emperador Diocleciano que encontró la ciudad donde vivían los inmortales, en la ribera de un rio secreto que purificaba en desiertos lejanos la muerte de los hombres más temerosos, soldados rendidos y ensangrentados que venían del Oriente gritando un preciso rugido creciente llamado 'barritus'.
La Ciudad de los Inmortales estaba más allá del rio Ganges y era rica en baluartes, anfiteatros y templos vacíos y absurdos. Así era la ciudad de los inmortales fantaseada por Jorge Luis Borges, un lugar infinito de la utopía humana discrepante con todos los simples proyectos de Putin.
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