Adios, Frau Merkel
«Merkel ha labrado en su larguísima trayectoria política el modelo de su personalidad prescindiendo de los componentes carismáticos de sus antecesores, que lograron rescatar el orgullo y la grandeza de Alemania enterrando las culpas y los padecimientos del nazismo»
El día en que cayó el muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, Angela Merkel salió de su casa en el barrio de ... los artistas (Berlín oriental) y fue a tomar una sesión de sauna con una amiga, como cada jueves. De regreso a su apartamento, se encontró de frente con la multitud de jóvenes que derribaban el muro y cruzaban la línea divisoria de la capital en Bornholmer Strasse, el más septentrional de los siete pasos fronterizos y el primero abierto en la gran escapada de berlineses que culminó en la noche de aquel día. Antes de regresar a casa, la joven doctora Merkel, doctora en física cuántica, pasó la madrugada del día histórico bebiendo cerveza con un grupo de amigos 'wessis' (alemanes occidentales).
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Durante los primeros años de la unificación alemana, tuvo ella que enfrentarse a las acusaciones de haber sido colaboradora de la Stasi (policía política de la República Democrática Alemana), imputaciones que ella combatió con la hábil sinceridad de su fulminante carrera política. «La RDA era un Estado sin ley, no tenía base legal. No había libertad de opinión ni elecciones libres. Era una dictadura del proletariado. Sin embargo, no todo era blanco o negro. Yo fui feliz». Esa fue la escueta aclaración sobre su pasado que ella dio años más tarde en declaraciones a un periódico francés.
Durante los años de la unificación alemana, protagonizados por políticos carismáticos, Angela Merkel fraguó un nuevo modelo de liderazgo: su sinceridad, la más sólida base de la credibilidad del político, y el carisma quedan encuadrados en su rechazo a los grandes gestos, las miradas vehementes, los discursos penetrantes y las fastuosas promesas a largo plazo. La sencillez de palabra y su atuendo indumentario levantaron el más fuerte bastión político y de credibilidad de la canciller, que ha gobernado durante dieciséis años el país más poderoso de Europa occidental. Sus famosos vestidos de una sobriedad sorprendente podrían ser calificados de puritanos, semejantes a los uniformes del obrero que ejecuta su trabajo cotidiano con austeridad proletaria y sin reclamar más salario.
En resumen, la canciller Merkel ha labrado en su larguísima trayectoria política el modelo de su personalidad prescindiendo de los componentes carismáticos de sus antecesores, que lograron rescatar el orgullo y la grandeza de Alemania enterrando las culpas y los padecimientos del nazismo. Ella se mostró siempre como una simple ciudadana vestida con ropa de faena, trajes sencillos aparentemente sacados de tiendas en rebajas, destinados a ganar sin pretensión alguna la confianza con empatía y un elemental mensaje para los electores, incapaz de engañar a los votantes incautos ni despreciar a los simples. Angela Merkel, a la que sus devotos llaman cariñosamente 'mutter' (mamá) ha ejercido sus funciones hasta el día de su retirada política como una líder carismática, sin embargo alzada sobre ningún carisma.
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Nacida y crecida en un país ya desaparecido que miraba con adoración a Moscú, Angela Merkel apareció de improviso como un ovni llegado de otro planeta, capaz de levantar hasta su cúspide a la mayor potencia económica europea. Dicen sus colaboradores que en las distancias cortas conservó en el ejercicio de su cargo el gusto por el secretismo y cierta desconfianza, herencia de sus años de interesada y suspicaz relación juvenil con la policía secreta de la RDA. El pragmatismo y la estrategia de avanzar en la búsqueda de soluciones a los más graves problemas es el resultado de una disciplina aprendida durante su experiencia académica, como investigadora en física cuántica. Con esa táctica de investigación y laboratorio reiterativa y minuciosa, Merkel siempre encontró en su carrera el golpe final capaz de vencer a sus adversarios. Ellos le pusieron el apodo punzante de 'la viuda negra', capaz de derrocar a los gigantes en el tablero de los poderosos, como Helmut Kohl y Gerhard Schröder, quienes iniciaron la reunificación de Alemania y perdieron en las urnas la popularidad y la partida frente a la sutil canciller que vino del este.
Las elecciones federales de este domingo provocarán, a buen seguro, un profundo cambio de ciclo en Alemania. El avance en las urnas de los social-demócratas del SPD no será suficiente para alcanzar una mayoría parlamentaria, puesta en peligro por la gran fragmentación del electorado entre los seis partidos y coaliciones de los que depende la formación de gobierno, con resultados que se mueven desde hace semanas en las encuestas reflejados en los cambios estrepitosos de sus respectivos votantes. El pacto posible entre los demócrata-cristianos del CDU y el SPD en cabeza, ya acordado en elecciones anteriores es poco probable, ya que no lograrán una mayoría en el Bundestag. El vacío de liderazgo anunciado por la ausencia de Angela Merkel, que ha gobernado Alemania y la Unión Europea desde el 2005, es de largo alcance, pues no afectará solo a sus votantes alemanes y tendrá un efecto continental.
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Además de la convocatoria alemana, la agenda electoral europea tiene otra trascendental: la elección del presidente de Francia el próximo mayo, que ya agita allí a la opinión pública ante el anunciado ascenso de la extrema derecha de Marine Le Pen. El añorado eje franco-alemán y la OTAN se debilitan en un momento de agitación entre los polos mundiales del poder militar: Estados Unidos, Rusia y China. La Unión Europea aspira a establecer sus fuerzas armadas, pero nadie decide cómo y dónde emplearlas. Europa también pierde en ese con la ausencia de la mariscal Merkel.
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