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Ilustraciones: Víctor Santos
El 'Mirlo blanco' y un depredador

El 'Mirlo blanco' y un depredador

Cuarto capítulo del serial sobre el traidor a ETA que en 1974 salvó en Mónaco a la Familia Real española

oscar beltrán de otálora

Jueves, 12 de julio 2018, 08:17

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El hombre que había conseguido infiltrar en el comando de Mónaco a Jokin Azaola era José Sáinz González, un cántabro de dos metros de altura, un gigante serio y estoico que, sin embargo, en las pocas fotos que se conservan de él –falleció en 1987– aparece siempre con una sonrisa. Sáinz era un hombre atrapado entre dos mundos. Nacido en 1917, procedía de la Policía franquista; en concreto, de la Brigada Político Social, temida por practicar torturas en comisaría y arrancar declaraciones de culpabilidad a puñetazos y golpes de fusta. Los apodos con los que le conocían sus víctimas eran Pepe el secreta o Pepe el gordo.

Pero, antes de que falleciera Franco, este agente ya era consciente de que los cuerpos de seguridad tenían que adaptarse a los nuevos tiempos que se avecinaban. Una de sus obsesiones fue modernizar la Policía y comenzar a trabajar de forma más profesional. En especial, mediante operaciones de inteligencia centradas en infiltrarse en organizaciones criminales. Sáinz González tuvo el valor de declarar en público que el problema del terrorismo era también político y que cualquier medida que se adoptase con respecto al País Vasco debía tener en cuenta su situación social. ETA acababa de iniciar su escalada asesina y nadie entendió esa afirmación.

Fue la decidida apuesta de Sáinz por combatir al enemigo mediante la infiltración en sus filas lo que hizo posible contar con un segundo topo en el momento en que se estaba preparando el secuestro de don Juan Carlos y doña Sofía en Mónaco. Se trata de Mikel Lejarza, 'El Lobo', el agente doble más famoso de la lucha contra ETA. Quien le reclutó para que los servicios secretos del Ejército le entrenasen fue el comisario José Sáinz.

Cuando Pepe el gordo fue destinado a la Jefatura Superior de Policía de Bilbao ya conocía a un vigilante jurado cuyo sobrino parecía dispuesto a infiltrarse en la banda. En 1972, Sáinz gestiona que el Servicio Central de Documentación (SECED, los servicios secretos creados por el almirante Carrero Blanco) le conviertan en uno de sus agentes dobles. Así comienza la historia de El Lobo, quien irá ascendiendo en el escalafón etarra hasta convertirse en uno de los hombres próximos al jefe de ETA Ignacio Mújica Arregui, 'Ezquerra'. Durante la operación policial que se estaba desarrollando en la Costa Azul, la labor de Lejarza resultó imprescindible para que las fuerzas de seguridad pudieran saber lo que se 'cocía' en Bayona, el refugio de ETA en el País Vasco francés y donde se decidiría realmente el futuro del Príncipe si finalmente llegaba a caer en sus manos.

Con Jokin Azaola, alias 'Van Put', José Sáinz llevó a cabo el mismo procedimiento. Cuando este bilbaíno fue detenido por su relación con el comando que secuestró al empresario Lorenzo Zabala, el policía reparó en que era «una persona decente y razonable, sin fanatismos ni radicalizaciones», como dejó escrito en sus memorias. El comisario consiguió que se le rebajaran los cargos para que su condena fuese mínima. Como contrapartida, le pidió que, si alguna vez llegaba a su poder alguna información sensible, se lo comunicase. Por eso Sáinz fue el primer agente al que recurrió Azaola cuando supo que ETA iba a poner en marcha la operación de Mónaco y su conciencia le impidió seguir adelante. Cuando comenzó a conspirar con su nuevo confidente para desmontar el plan etarra, el comisario bautizó la operación como 'Mirlo blanco'.

Entre Azaola y El Lobo existía una diferencia sustancial. Mikel Lejarza era un mercenario; aceptó la misión de penetrar en la cúpula de ETA a cambio de ser recompensado. Fue entrenado en todo tipo de prácticas de combate y en las artes de un espía. Azaola era un 'amateur', un inexperto en los dobles juegos y las redes de mentiras. No quería dinero y, por primera vez en su vida, se veía envuelto en un laberinto de intereses que le podía costar la vida en cualquier momento. Actuó como lo hizo por una convicción íntima, por su rechazo a la violencia y su personal sentido del nacionalismo. A El Lobo le daba igual que en sus operaciones muriese gente. Azaola, sin embargo, puso como condición que nadie fuese detenido y que no se utilizara la violencia. Resulta complejo discernir si eran límites autoimpuestos para hacer más soportable su traición o su convicción pacifista lo que le llevó a exigir esas cláusulas. Su personalidad poliédrica dificulta la evaluación de sus últimas motivaciones. Solo el agente que le controlaba podía conocer algunos de sus secretos.

Crimen fundacional

José Sáinz había llegado a Euskadi en condiciones muy duras. El 2 de agosto de 1968, ETA asesinó al comisario Melitón Manzanas en Irún. Es uno de los crímenes fundacionales de la banda. A Pepe el gordo, que está destinado en La Coruña, se le ordena viajar a San Sebastián para investigar el primer atentado etarra contra un mando policial. Al llegar se entera de que otros dos compañeros han dicho 'no' a ese encargo. Él decide seguir adelante. En el libro 'Pardines, cuando ETA empezó a matar', se narra con múltiples detalles cómo Sáinz se encuentra con una Policía incapaz de enfrentarse al recién nacido terrorismo. No disponen ni de agentes ni de medios. Al revisar los archivos de Melitón Manzanas, descubre que allí no hay nada sobre la banda. ETA es en ese momento una nebulosa, unas siglas de las que nadie habla.

Sáinz buceó en todo tipo de ficheros policiales, ordenó controles y vigilancias. Puso en marcha seguimientos clandestinos. Empezó a cercar a algunos miembros de la banda y a hacerse una idea de la dimensión del problema. Utilizó la guerra psicológica. Sus hombres de paisano –apenas una veintena– se dividían en grupos de cuatro y realizaban cacheos y registros en bares en los que se reunían simpatizantes de ETA. Sáinz les ordenaba que llevasen una metralleta oculta bajo los abrigos, pero que la dejasen ver como de forma casual. Quería dar la imagen de que dominaba el terreno, algo que sabía era falso.

Víctor Santos

Algunos de los agentes, según confesará en sus memorias, entraban en pánico. Pero también en ETA se empezó a sentir la presión policial y el peligro. En abril de 1969, más de 434 personas habían sido arrestadas; entre ellas, responsables de la banda como Mario Onaindia o Teo Uriarte. El Proceso de Burgos, celebrado en 1970 y en el que los principales imputados fueron condenados a muerte, se convertiría en el mejor banderín de enganche para ETA, que no tendría problemas en recomponerse del efecto de las detenciones.

Sáinz seguía apostando por una 'solución política' en sus declaraciones públicas, y aún así fue ganando 'estrellas' hasta convertirse en alto cargo de la Dirección General de Seguridad. En la Transición llegó a ser director general de Policía, el primero de la democracia, y el Gabinete de Adolfo Suárez no tuvo más opción que recurrir a él y nombrarle comisionado especial para el terrorismo. Era el único policía que sabía algo de ETA en todo el Gobierno postfranquista.

En 1974, seis años después de las redadas puestas en marcha por Sáinz, la banda se ha recuperado. Ha conseguido matar a Carrero Blanco y está dispuesta a secuestrar a los futuros Reyes de España en Mónaco. El agente que José Sáinz envía a supervisar la operación de respuesta en la Costa Azul será muy famoso durante la Transición. Es Roberto Conesa, uno de los hombres que en 1977 ayudó a resolver los secuestros de Antonio María de Oriol, presidente del Consejo de Estado, y el general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. Ambos habían caído en manos de los Grapo y Conesa consiguió rescatarlos. Así se ganó el apodo de 'superpolicía'. En aquellos tiempos, su hombre de confianza era Antonio Gómez Pacheco, 'Billy el Niño', el policía ahora procesado en Argentina por las torturas que llevó a cabo contra miembros de formaciones de izquierda durante la dictadura y los primeros albores de la Transición. Conesa, fallecido en 1994, también fue acusado del mismo delito.

El poder de estos policías en España era casi absoluto, a la inversa que en Francia. El franquismo carecía de apoyos en suelo galo y los agentes desplazados a Cannes y Niza sabían que debían trabajar en la clandestinidad. No solo tenían que evitar ser detectados por ETA, sino que también estaban obligados a pasar desapercibidos para sus colegas del otro lado de la muga. Se alojaban en hoteles y se hacían pasar por turistas. Desde Madrid se envió a administrativas que trabajaban en la Dirección General de Seguridad para que se hicieran pasar por sus esposas y ayudarles a despejar sospechas. Se mezclaron con los turistas que tomaban 'negronis' en el lujoso Negresco y templaban las resacas en las playas.

Ese era el disfraz, y los policías españoles sabían el riesgo que corrían. Entrar en contacto con su topo era un problema. En un momento dado, deciden llenar de micrófonos la vivienda de Niza en la que se está preparando el zulo destinado a retener a don Juan Carlos y doña Sofía. Finalmente, lo descartan por inviable. Carecen de los medios necesarios para garantizar que la operación salga bien. Así que solo contarán con las vigilancias que los policías desplazados a la Costa Azul consigan establecer sobre los terroristas que acechan a la Familia Real y las confidencias que les haga llegar Jokin Azaola.

Una de las informaciones que el agente doble les transmite les pone los pelos de punta. En España, el Gobierno de Franco acaba de cesar al general Manuel Díez Alegría, uno de los militares más aperturistas del régimen. Según lo que ha oído el infiltrado en el chalé de Niza, la propia Gendarmería ha comunicado a los etarras que el alto mando había sido obligado a dimitir. A los inspectores españoles les cuesta creer que exista ese grado de connivencia entre los servicios policiales del país vecino y los terroristas. Pero cada vez están más nerviosos. El tiempo pasa y el plan de ETA va ganando consistencia. Las vigilancias sobre el comando han permitido comprobar que el zulo ya está preparado y que se ha llegado a instalar un sistema de ventilación para que sus ocupantes no se asfixien.

Los mercenarios

El 20 de junio es la fecha prevista para la celebración de la Fiesta de la Cruz Roja en el Sporting Yacht Club de Mónaco, a la que han sido invitados don Juan Carlos y su esposa. Los agentes ya han avisado a la Casa Real de los planes de ETA, pero no saben si se tomarán en serio sus advertencias. Para colmo, los datos que consiguen pasar los dos infiltrados –Van Put y El Lobo– revelan que los etarras tienen activada en Madrid una operación paralela, de la que no consiguen extraer información concreta.

En ese contexto hay que analizar el informe que José Sáinz redactó para sus superiores sobre cómo actuar en Niza para impedir que ETA se salga con la suya. El memorando denota la preocupación de un agente que no las tiene todas consigo y cree que la situación puede convertirse en un caos letal que acabe con la Familia Real secuestrada o asesinada. Una colección de medidas desesperadas. Por ejemplo, Sáinz propone enviar una fragata a la zona para poder rescatar a los Príncipes si el comando era capaz de abordar el yate en el que viajaban. Pero los propios policías saben que, en ese supuesto, los etarras se inmolarían con sus rehenes. Otra alternativa era avisar a Francia. «Esto encierra el peligro de quemar nuestra fuente informadora hasta poner en peligro su vida ante los propios terroristas», escribe Sáinz.

Y una opción más terrible. «Si se cuenta con el personal debidamente preparado y adecuado, con capacidad para realizar una acción de comando, podría ser lo definitivo». Sáinz está sugiriendo un golpe de 'guerra sucia' del Estado español contra los etarras en suelo francés. Y, a tenor de lo que deja escrito, parece consciente de las repercusiones que tendría esta posibilidad: «Esta gente (los comandos) no debiera estar nunca ligada a la Policía ni a otro organismo del Gobierno».

Cuando Sáinz especulaba sobre una operación de este tipo –un claro precedente de los GAL y otros grupos parapoliciales– lo hacía porque otras personas ya habían pensado antes en ello. Según sus memorias, algunos mandos del Ejército barajaron en aquellos tiempos la posibilidad de recurrir a mercenarios para combatir a ETA. No obstante, agrega Sáinz, los militares eran conscientes de que «no disponían de nadie eficiente» para una misión de esa naturaleza. Después sí. En los años siguientes se iniciaría una escalada de actuaciones de franceses y portugueses a sueldo contra la organización etarra, que alcanzó su momento más grave con la irrupción de los GAL.

José Sáinz, 'Pepe el secreta', 'Pepe el gordo', sabe que el futuro de España se juega en Mónaco y que apenas cuenta con munición humana y material para ganar. Sus bazas son media docena de policías que se hacen pasar por turistas en Montecarlo y que están actuando de forma clandestina, sin ningún tipo de cobertura legal. Para complicar todavía más su trabajo, Salvador Dalí se cruzó en su destino...

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