Una mirada de las palabras

Me parece acertada la idea de que Delibes pertenece a esa estirpe de escritores a quienes se les escucha cuando se les lee, lo que supone un grado de complicidad y sugestión que avala lo que de verdad y verosimilitud hay en su escritura. No sería, sin embargo, el resultado de una cualidad coloquial, del mero patrimonio de un extraordinario oidor que puede usar las palabras con la extrema naturalidad con que las escucha, aunque de ese fondo patrimonial pocos creadores contemporáneos están a su altura. Delibes es un estilista y eso quiere decir que lo leemos y escuchamos con el sonido y el significado de una elaboración estética que expresa sin ambages el contenido de un mundo personal y del sentido de la vida de ese mundo.

Las fábulas morales y civiles que nos hablan reiteradamente de la injusticia, de la desgracia, de la impiedad del progreso y el menosprecio humanístico, tienen siempre resonancias de lo que la mirada de Delibes retiene de la actualidad y la memoria. No sería exagerado hablar en su caso de una mirada de las palabras, ese elemento crucial del observador que escucha y cuenta con una plasticidad verbal que acaba teniendo una intensidad confesional, como si el escritor se acercara a cada uno de sus lectores para subyugarles directamente con su voz.

Las historias de Delibes parecen ya, a estas alturas, cuando perviven engrandecidas por su clasicidad, señales del patrimonio común de una lengua y del universal de un poderoso mundo imaginario.