Ricard Bellveser. Efe

Elogio de la cortesía de la eficacia

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Ricard Bellveser: «Miguel Delibes es una persona a la que todo el mundo quiso en vida y a la que todo el mundo quiere tras ella»

Ricard Bellveser

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:41

No hacía mucho que había llegado Felipe González a la presidencia del Gobierno de España, al principio de los ochenta. En los escaparates de las librerías lucía como novedad una desconcertante novela titulada 'Los santos inocentes', y se estaba gestando la redacción de 'Señora de rojo sobre fondo gris'. Dirigía yo por entonces un suplemento literario en Valencia, donde glosé una novela de Miguel Delibes, que me parecía que tanto ella por su contenido, como yo por el atractivo que su lectura había ejercido sobre mí, ambos constituíamos un acto de resistencia, un esfuerzo de coherencia y una declaración de intenciones, como luego explicaré.

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Era yo un joven periodista de provincias, que si bien no empezaba en el oficio, tampoco despegaba en él, aunque no es menos cierto que aquellos eran años en los que desear era todavía algo útil. Y de pronto, por correo postal, me llegó una carta de Delibes dándome las gracias por la atención prestada a su libro y haciéndome algunas observaciones sobre mi artículo. Que un autor tan destacado, Delibes, Premio Nadal, Premio Nacional, Príncipe de Asturias, Académico de la Lengua, me hablara directamente y con gratitud me abrió las puertas a una cuestión nada baladí, como es, por un lado, la cortesía entre autores y lectores, entre autores y críticos, entre autores y la sociedad que nos acoge, y por otro lado, la plasmación de un ejercicio de modestia que, contra lo que opinan algunos respecto a que la modestia es un gesto falsario, yo sigo pensado que la modestia es la cortesía de los inteligentes.

Aprendí la lección. ¿Era solo un gesto? Ni mucho menos. Cuando la vida me ha llevado a editar mis propios libros y alguien ha invertido en alguno de ellos tiempo de lectura, de glosa, de comentario o me ha ayudado a su difusión, no me he olvidado de darle las gracias, como hizo conmigo Delibes y han hecho otros autores a lo largo de mi vida como crítico literario.

Él no fue el único en comportarse así, es evidente, pero entre los autores más destacados y de mi máxima admiración, sí fue el primero, junto a Camilo José Cela y Antonio Gamoneda.

Hablo, por tanto y en ello me centro, de Miguel Delibes persona, más allá del Delibes autor, director de periódico o personaje de las letras hispánicas, factor muy a tener en cuenta y que quizá ayude a explicar por qué Miguel Delibes es una persona a la que todo el mundo quiso en vida y a la que todo el mundo quiere tras ella. Lope de Vega nos ayuda a entender lo que sucede:

«Es llave la cortesía

para abrir la voluntad,

y para la enemistad

la necia descortesía».

No se trata de algo tangencial o periférico, sino de algo sustantivo, que se refleja en su obra, por el uso de lo que podríamos llamar la cortesía de la eficacia, que es importante saber interpretar correctamente. Un ejemplo de ello sería el uso de coloquialismos, que para aumentar la complicidad llegan incluso al falso insulto, con expresiones del tipo «oye tú, no seas maricón, y madruga mañana con nosotros», o «lo que tiene de alto lo tiene de majo», como a cientos de las que Delibes recurre, porque de ese modo acerca al lector al habla de una determinada zona o comarca y porque con ellos rebaja la tensión del diálogo y lo hace popular, pues ciertamente son expresiones o construcciones vivas en el habla de la calle, en algún momento, en algún sitio o entre determinados grupos.

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«Delibes le hace decir a Daniel el Mochuelo: «Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas que son de todos y que hay que preservar», en lo que puede considerarse una declaración universal de su propia literatura y de la función de esta»

Ricard Bellveser

Según cierta tradición, no falta quien considera que la cortesía no es más que una de las formas que adopta la exageración en los modos, por lo que vendría a emparentarse con la zalamería, cuando no con la adulación o la falsa cercanía, que están alejadas de las fórmulas amables, a las que las asociamos. En consecuencia tendrían algo de artificio, útil sobre todo para el fomento de las relaciones inteligentes, que son asuntos a preservar, como la naturaleza de las cosas y todo aquello que nos trasciende una vez trascendidos. En 'El Camino', Delibes le hace decir a Daniel el Mochuelo: «Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas que son de todos y que hay que preservar», en lo que puede considerarse una declaración universal de su propia literatura y de la función de esta, «cuando a las gentes les fallan los músculos en los brazos, le sobran en la lengua».

Esto es algo muy importante. Delibes escribe en pleno franquismo, en el corazón de una España mediocre, aturdida, asustada, temerosa y al mismo tiempo confiada que, en palabras de Max Aub, había decidido cambiar libertad por gambas y playa. La España de los cincuenta, sesenta y setenta que Delibes retrata hasta quedarse solo, pues en la medida en que la literatura en español avanzaba, los modelos y paradigmas literarios también lo hacían. Delibes encerrado en su –digámoslo así– ruralismo, no se sentía atraído por las nuevas estéticas que procedían, por un lado, del realismo mágico hispanoamericano, cuyo boom representa lo contrario a la cosmovisión castellana, tampoco se interesa por el existencialismo a la francesa ni el cosmopolitismo, tan lejos de sus pueblos, sus modos de hablar y de llamar a las cosas.

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Internamente, en España hay otros movimientos como los narraguanches, escritores canarios que se presentan unidos y reclaman un espacio para ellos (Luis Alemany, Juan Cruz, Armas Marcelo, García Ramos…); los narraluces, escritores andaluces (Caballero Bonald, Grosso, Quiñones, Duque, Vaz de Soto, de la Rosa…), necesitados de que las cosas cambien, y, claro está, los escritores castellanos, probablemente los más prolíficos y numerosos, entre los cuales Delibes tiene mucho de excepción, hasta el punto de que opta por quedarse solo frente esta estampida estética, que empezaba a ser arrasada por la vehemencia de los autores del boom, su éxito, sus miles de imitadores y su novedad. Lo suyo hay que entenderlo como un acto de resistencia respaldado por una fuerte coherencia intelectual y estética que gobernó toda su vida.

«La lectura de Delibes es la lectura de un idioma embadurnado de clasicismo, al servicio de la observación, el detalle y la explicación del mundo»

Ricard Bellveser

Delibes está en lo suyo, en la foto fiel de la España extremeña y castellana convertida en estatuas de sal, y en la recuperación del español en todos sus vocabularios, de la flora a la fauna, del dicho a la frase hecha o a la utilización del sarcasmo, entendido este como ejercicio máximo de la eficacias oral, y lo que venimos llamando cortesías de eficacia al servicio de conservacionismo de la Naturaleza, de lo que simbolizan la caza o la pesca, tan lejanas como incomprendidas por los urbanitas, del medio ambiente, de la vida natural, de las leyes de la vida rural y la fosilización de un mundo de unos modelos de relaciones que aún bebían en patrones medievales. Recupero la elocuente y reveladora expresión de Daniel el Mochuelo, citada hace unas líneas, que decía: «Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas que son de todos y que hay que preservar», y esa es la tarea que se impone como escritor, y que no ha faltado quien ha considerado que se trata de la actitud de un conservador que se resistía a aceptar los cambios, y se negaba a comprender que el mundo muda y las tragedias locales, la alabanza de aldea, la huida de la confrontación intelectual marxista, no es sino un ejercicio de escapismo, cuando nada más lejos de la realidad. Las novelas de Delibes, su escritura, son ante todo el libre flujo del español que en su circular se enriquece de sugerencias. La lectura de Delibes es la lectura de un idioma embadurnado de clasicismo, al servicio de la observación, el detalle y la explicación del mundo.

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Con castellano sarcasmo y detalle de lingüista, al final de sus notas me dice que de la lectura de mi texto se deducía, sin necesidad de más datos, que yo era valenciano o del ámbito catalán. Inmediatamente me pregunté por qué decía eso, de dónde se lo sacaba, y creo que lo descubrí cuando me encontré haciendo referencia a una pinada donde ocurre una escena. Pinada. Es la forma que en el ámbito del valenciano o del catalán la generalidad de los hablantes llaman al pinar.

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